Como no conviene usar ni tocar el mobiliario urbano, me siento en un escalón delante de la playa para tomar el fresco. No sé qué es peor, si estar a la altura de los orines de los perros o a disposición del virus. Me limpio las manos con alcohol de 96º y veo cómo se acerca una pareja con su bebé recién nacido. Me fijo en ella. En su manera de caminar y de vestir. Lleva una camisa estrecha que, no solo no disimula la barriga de una mujer en pleno puerperio, sino que la destaca. Me gusta mirarla. Admiro a las personas que se muestran seguras con sus cuerpos. Pienso que voy a escribir un artículo sobre la idiotez de los complejos, cuando escucho el ruido de un megayate atracado a pocos metros de la playa. Si tuviera que usar un sonido para describir a los ricos, elegiría ése. El del motor de un yate yendo marcha atrás. El barco muestra su popa a los bañistas, abre una compuerta y suelta toda su suciedad. Mete una marcha y se larga campante. Las cacas flotantes se acercan a la orilla y a los bañistas se les acaba la diversión. Algunos hacen aspavientos, otros sacan a sus hijos a toda velocidad y algún despistado sigue haciendo el pino. El socorrista se queda petrificado y yo sin palabras. A veces se tarda un poco en asimilar las faltas de respeto.

En ese momento de parálisis, mientras asumo la realidad y veo cómo va alejándose el barco, recuerdo a la profesora de Lengua de 5º de EGB (el funcionamiento del cerebro es sorprendente) y su manera de enseñar el significado de la palabra "deferencia". Lo hacía a partir del vocablo "diferencia" y añadía que ese parecido no podía ser coincidencia. Hablaba de respetar a quienes piensan, opinan o son diferentes a nosotros. Rememoro la canción Respect, imagino a Aretha Franklin cantándola y me viene a la mente la escena donde Bridget Jones envía a paseo a Daniel Cleaver, al ritmo de su estribillo. Pienso en todo eso y, de repente, el barco ya no está. Vuelvo a la realidad fecal.

Respetar es ser limpios y mantener los lugares públicos en buen estado. Es cuidar el mobiliario urbano, recoger los excrementos del perro, no tener la música fuerte o sacar la basura que toca a la hora adecuada. Respetar es ser el propietario de una terraza y no invadir más espacio del permitido o no aparcar en un lugar reservado para minusválidos. En estos tiempos, ser respetuoso significa llevar mascarilla y no tirarla al suelo cuando y donde nos dé la gana. Implica no invadir la distancia personal, no acercarse a una persona mayor y no reclinarse sobre quien nos cobra en el supermercado. Pero, también, hay administraciones más respetuosas con los ciudadanos que otras. Uno de mis grandes baremos para diferenciarlas radica en la importancia que éstas le dan a la limpieza, las medidas que toman para mantenerla y cómo multan a quiénes las incumplen. El otro día, en la playa, varias personas anotaron el nombre de la embarcación. Me consta que se lo comunicaron a la policía. Ahora solo podemos esperar y ver qué tipo de Administración nos representa. Espero que sea deferente con nosotros. Otro día hablaremos sobre el incordio de los complejos.