La reciente explosión en el puerto de Beirut me conmovió. El Líbano, tan cerca y tan lejano, para muchos. Los libaneses, grandes navegantes con sus barcos de madera de cedro, hoy en la bandera orgullosa de su complejo país, llegaron a Cartagena y Cádiz hace siglos y dejaron su imborrable huella, con su primer alfabeto. Su puerto, gran enclave comercial para Oriente Medio, lo fue mundial y hoy está devastado por la brutal explosión. Lugar de encuentro y desencuentro entre religiones, cristianos, drusos, musulmanes y disensiones dentro del propio islam entre chiítas y sunnitas.

Todos ellos, bañados por el agua de un mismo mar, contribuyen, a través de la cultura, a forjar esta identidad común desde sus diferentes orígenes, como sucedió, hace siglos, cuando los navegantes fenicios trajeron el primer alfabeto encontrado en Ugarit, hasta esta orilla occidental del mediterráneo. Como las armas de familias nobles valencianas -Vilaragut, Centelles- dan testimonio en 'Las escalas de Levante, que relata Amin Maalouf, de la historia que transcurrió hace siglos en un mismo mar y que, sin embargo, nos situó desde entonces en orillas alejadas.

Los puentes entre distintas visiones, como los que Maalouf reclama, resultan del todo punto imprescindibles ante la realidad. Sus orígenes, libanés, el de Maalouf, como argelino, el de Sami Naïr, están presentes en sus escritos y contribuyen hoy a forjar una identidad mediterránea, escriban desde cualquiera sea el lugar donde lo hagan.

Así, Naïr analiza recientemente en 'Líbano en el apocalipsis', con sobriedad y agudeza, la situación del país, desde su independencia en 1943, con el reparto confesional de la población que se repite en las instituciones. Gran país, antaño 'la Suiza de Oriente Medio', cuenta con una historia poderosa: Tiro, Biblos, Sidón; gran belleza natural, la del bosque de cedros; cultural, Baalbek; unas élites preparadas en valiosas universidades; y un profundo conocimiento de la economía mundial que, heredado de sus antecesores fenicios, contrasta con las dificultades de gran parte de la población hoy, que mira esperanzada hacia la organización Hezbolá pensando en que sea la solución de sus dificultades.

Tras la guerra civil, 1975-1990, la reconstrucción del país, con la ayuda de Arabia Saudí, volvió a agravarse con el asesinato del primer ministro, Rafic Hariri, en 2005. El reto tras la catástrofe del puerto de Beirut, vital para su economía, se presenta acuciante. La complejidad se acrecienta con la recepción de miles de refugiados palestinos y más recientemente también sirios. Mientras tanto, las fuerzas occidentales, incluidas las colonialistas, apuestan por las diferentes facciones del tablero político libanés, sin que se encuentre el consenso necesario para afirmar su patriotismo por encima del reparto confesional.