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Covid-19: un mundo no tan diferente

El trabajo de Unicef antes y durante la pandemia

En estas últimas semanas vienen apareciendo las memorias de actividades de empresas y organizaciones en las que muestran la imagen fija de lo que fue su trabajo a lo largo del pasado 2019. Detenerse en ellas es casi un ejercicio de reflexión histórica después de todo lo que hemos vivido desde que justo el último día de ese año la Comisión Municipal de Salud de una ciudad china llamada Wuhan, que hoy todos conocemos, notificara 27 casos de una neumonía de origen desconocido. La covid-19 aparecía para quedarse y cambiar la vida de todos en todos los rincones del planeta. El resto de la historia ya la conocemos y seguimos día a día pendientes de un tratamiento efectivo o una vacuna que nos devuelva a la normalidad de nuestras vidas, o al menos a algo que se asemeje a lo que era hace solo unos meses. 2019 fue el último año de la era "precovid-19". Es imposible mirar lo acontecido en esos doce meses sin tener muy presente todo lo vivido en estas últimas semanas, sobre todo desde el 14 de marzo -día en el que se decretó el confinamiento de toda la población española-. Hoy nuestros barrios y nuestras ciudades son distintas, vivimos de otra forma, la pandemia nos ha cambiado, y ha cambiado buena parte de la vida en cualquier esquina de nuestro pueblo y en cualquier rincón del planeta. Ante esa realidad, muy poco se van a parecer las memorias y los balances de empresas y organizaciones de 2019 a los de 2020, y no solo en los resultados, también en las nuevas formas y herramientas de trabajo, en las relaciones con clientes, en las previsiones a futuro€ Todo será muy diferente. ¿Todo? ¿O no tanto? Y es que, a pesar de todo lo que el dichoso coronavirus ha supuesto, hay organizaciones, como Unicef, para las que el trabajo en 2019 no deja de parecerse demasiado a lo que estamos haciendo en estos meses de cuarentena, desconfinamiento y nueva normalidad. Para nuestra organización, centrada en la defensa de los derechos de los niños, que lleva 74 años enfrentando emergencias y catástrofes, todo esto no es tan nuevo. Y no lo es porque hemos sido durante todo este tiempo actores principales en aliviar el sufrimiento de millones de niños y niñas en guerras, terremotos, hambrunas y epidemias. Estamos permanentemente en emergencia y sabemos cómo trabajar en estas situaciones. Solo el año pasado respondimos a 281 crisis humanitarias en 96 países: desde los conflictos en Siria o Yemen, a la crisis de refugiados rohingya en Bangladesh, pasando por las inundaciones en Mozambique. Sabemos de lo que hablamos. Ahora que la vacuna para atajar la covid-19 es seguramente el asunto social, sanitario y económico que suscita mayor interés planetario, es pertinente recordar que en 2019 suministramos vacunas contra enfermedades prevenibles a casi ¡la mitad de los niños del mundo! Si se trata de lavarse las manos: el año pasado proporcionamos acceso a agua potable a casi 40 millones de personas en medio de crisis humanitarias de toda índole en 64 países. Si el objetivo es salvar vidas: evitamos que 307 millones de niños menores de cinco años cayeran en la desnutrición. Sin duda, la emergencia de la covid19 afecta a todos, en todos los rincones, y las consecuencias que está provocando en los cimientos económicos y sociales globales y las que tendrá al menos en un futuro a corto y medio plazo ha puesto en marcha una serie de mecanismos como nunca antes en la historia de la humanidad. Pero no podemos dejar de lado todas esas realidades dramáticas y olvidadas que ya estaban ahí antes de la aparición de esta pandemia. Unicef y otras muchas organizaciones se afanan en todo el mundo en su lucha contra la covid-19, y lo hacen con equilibrios presupuestarios, organizativos y administrativos para no desatender los necesarios e ingentes esfuerzos en supervivencia, salud, educación y protección que la infancia necesita. Esa lucha contra la pandemia es un microcosmos del trabajo de estas organizaciones para proteger a los niños más vulnerables y en una situación más desfavorecida, y para invertir en el fortalecimiento de los sistemas y servicios a largo plazo. Cuando, como tantas empresas, presentamos hace unos días los resultados de 2019 en el contexto de esta crisis, recordamos el papel crucial de la cooperación y la necesidad de responder de inmediato para frenar la transmisión del virus, ayudar a los enfermos y proteger a los profesionales sanitarios; pero es necesario también seguir trabajando para mitigar los efectos secundarios que dejará en los niños y abordar el daño causado; y es fundamental reimaginar el futuro: si hemos aprendido algo de esta situación es que nuestros sistemas y nuestras políticas han de proteger a las personas siempre, no solo en situaciones de crisis. A medida que el mundo se recupera de la pandemia es el momento de sentar las bases para reconstruir un mundo mejor. Los logros alcanzados en el último año normal de nuestras vidas deben servirnos de acicate para evitar los millones de fracasos que los acontecimientos de 2020 pueden depararnos si no damos la respuesta que los niños y niñas esperan de nosotros.

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