El rey (emérito) se ha marchado; unos dicen que ha huido, otros que se ha exiliado. Todo es muy extraño, no solo por los hechos, sino también por las múltiples interpretaciones con que los acompañamos. Huido, huido de la justicia, no puede ser porque no ha habido intervención judicial que permita calificarlo así. Pero exiliado tampoco lo acabo de ver; sería el primer rey que se exilia sin ser propiamente rey (o sea, jefe del Estado). No sé, hablando de jefes de Estado, me viene a la mente Estanislao Figueras, presidente de la I República española que, sin decir nada a nadie (es la diferencia de pertenecer o no a una familia con estatuto propio), se sentó en la estación a esperar que pasara el tren: es lo que sucede cuando el hartazgo ya no admite más razones.

Cualquiera que sea la calificación del viaje de don Juan Carlos es lo cierto que ha suscitado la lógica polémica de todo hecho relevante. Pero este es muy especial, afecta o puede afectar a la más alta institución estatal y no se nos oculta (porque abiertamente se reivindica) que a una parte de los españoles, conscientemente o no, les gustaría que llegara a afectar con radicalidad a la forma del Estado.

Por ello, trato de invocar aquí la necesidad de que se promueva un debate serio y bien razonado, al que, al menos, se dé la oportunidad de que tenga lugar en los términos más plurales y razonables posible. De entrada, pues, habrá que eliminar los insultos y exabruptos que algunos, incluso desde la institución parlamentaria, lanzan a la institución a veces demostrando (como recientemente señalaba Jorge de Esteban en 'El Mundo') gran ignorancia y no menor rencor y animadversión.

Un debate serio y plural exige de diversos partícipes que contrasten sus diversas posiciones, siempre con educación y cortesía, por lo que hay que esperar que también hablen quienes creen en la utilidad de la institución. La 1 de TVE nos sorprendió una de estas noches intentándolo y creo que como punto de partida fue una buena idea aunque, obviamente, se centró en torno a la figura del rey emérito; en todo caso, creo que hubo un tono aceptable. La cuestión, sin embargo, es mucho más profunda y creo que valdría la pena entrar en la cuestión nuclear: la de la compatibilidad entre democracia y monarquía (o no).

Porque eso es justamente lo que se está negando desde diversos ángulos sociales y políticos con declarados intereses y empeño en implantar una república. No digo que no sea legítimo; digo, sin embargo, que se parte de un craso y doble error: por una parte, el de atribuir a la república la exclusiva de la vida democrática, y, por otra, la de considerar que la república es cosa exclusiva de la izquierda y la monarquía solo interesa a la derecha.

Puedo entender que quienes tengan claras sus respectivas posiciones piensen que no vale la pena el debate, pero no puedo dejar de pensar en los efectos que ciertas confusiones o desinformación puedan tener en las generaciones más jóvenes que, nacidas en verdadera democracia, como es nuestro caso español, podrían sufrir cierta convulsión esquizofrénica como la de quien sale de un encanto, o descubre una broma pesada, cuando no (lo que a mi juicio es mucho peor) radicalizarse enquistados en posiciones tan viscerales como poco susceptibles de ser objeto de debate. Viví en Italia la caída del muro de Berlín y experimenté las reacciones desde quienes lamentaban el hecho hasta quienes brindaban con champán. Yo, en cambio, en aquellos días solo estaba obsesionada por cómo se sentirían quienes, en torno a los setenta años de edad, ya eran incapaces de vivir la 'nueva normalidad' (esa sí era nueva) y cómo interpretarían que se les había escapado la vida€

Sí vale hoy la pena debatir sobre esa doble confusión. Diría que es imprescindible antes de seguir abundando en improperios e insultos a una forma u otra de organizar la vida colectiva. Nuestra historia constitucional nos proporciona elementos de juicio para la reflexión; pero, sin duda, los referentes ineludibles han de ser los de la experiencia comparada de las democracias europeas más avanzadas y la propia experiencia española en tiempos de democracia, la que nos ha traído hasta donde estamos, en lo bueno y en lo malo.

Muchas han sido las ocasiones pérdidas en nuestra historia constitucional. No dejemos perder ésta; que el debate y la reflexión aporte la mayor claridad posible y los elementos de juicio necesarios para que nuestra juventud saque sus propias conclusiones sobre algo tan esencial como el modo de convivencia democrática. No dejemos que los eslóganes, tuits y hasta insultos a uno u otro régimen conformen el pensamiento de quienes son el futuro. Recuerdo mis tiempos universitarios: cuando acudíamos al examen medio dormidos y algo excitados, Adolfo Miaja siempre nos decía: miren que la píldora sirve para no concebir, nunca para concebir y mucho menos para concebir ciencia. Rechacemos, pues, la información en píldoras y acudamos al razonamiento y la reflexión. Es necesario.