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A vuelapluma

Alfons Garcia

Debería estar contento

Debería estar contento. La voz más radical del PP es apartada del puente de mando. Giro al centro, dicen las crónicas políticas, y así debe de ser, porque no es solo el arrinconamiento de Cayetana Álvarez de Toledo, sino la subida a los altares de uno de los personajes más interesantes de los últimos tiempos, el alcalde de Madrid, uno de esos políticos capaces de sacar la cabeza en el panorama por huir de argumentarios y esquivar la polarización tan de moda en busca de un tono dialogante y conciliador. Habrá que comprobar si le dejarán ser lo que ha sido o, como superportavoz, tendrá que someterse a ser el obligado ariete diario contra Pedro Sánchez.

Álvarez de Toledo iba a ser también otra cosa dentro del PP. Por el otro extremo, pero nadie dudaba de que iba a tener perfil propio. Ella lo reclamó desde el primer día. Y lo tuvo. Su caso no fue una sorpresa, como el de Martínez Almeida. Así ha sido hasta el lunes. ¿Qué ha pasado? La victoria de la moderación en el PP. Es una lectura de lo que ha sucedido en la derecha en los últimos días. Pero es también el triunfo de la mediocridad y de la disciplina. Lo ocurrido es también una lección. Un mensaje a la parroquia. Para todos, de un extremo y de otro. El que se sale del carril acaba en la cuneta. Es la política de siempre desde la Transición, que ha hecho del acatamiento al discurso oficial su gran valor. La disidencia se paga. Casi siempre. Por supuesto que se puede disentir, pero soterradamente. La vía es buscar apoyos internos, aliarse con una o varias familias del partido, mover hilos desde dentro e intentar derrocar al líder en un congreso si llega el caso, pero la discrepancia abierta y sincera dentro de los partidos penaliza.

Álvarez de Toledo representa la versión más ultramontana del PP, la que solo entiende España desde su restrictivo punto de vista, ajeno a cualquier idea de plurinacionalidad; es la versión con más fobia al feminismo y a la memoria histórica, aquella con la que el cardenal Cañizares se sentiría más a gusto, me atrevería a decir. El PP que gana ahora es el de Teodoro García Egea y Cuca Gamarra (hoy alguien en el sur de la Comunitat Valenciana estará más contento que ayer, porque los suyos son más fuertes), el de la ortodoxia del aparato y el que prefiere la mediocridad antes que el pensamiento libre aunque este puede ser presentado con brillantez. Este es el gran rasgo de esta España postransición, pienso en los días oscuros.

Dicen que el niño crece el día que comprende que el mundo de los mayores no es seguro ni estable, que también se tambalea, el día que entiende que esos seres llamados padres que parecen un poste de acero que lo resiste todo son solo un mástil de madera que puede quebrarse durante una tormenta. Hacerse mayor en política no debería ser solo entender que esos seres en el Congreso (o en las Corts) son tan brillantes y tan vulgares como cualquier vecino. De todo hay representándonos. Eso es la democracia. Hacerse adulto debería ser comprender que es posible tener una voz propia dentro de un partido, discrepar sin romper nada ni amenazar autoridad alguna. Creo que no hemos llegado aún a esa edad colectiva. Yo debería estar contento, si el mundo fuera de tonos blancos y negros, como tiende a ofrecerlo Álvarez de Toledo. Yo debería estar contento hoy, pero no termino de estarlo.

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