A menos de tres meses de las elecciones presidenciales y con la popularidad en caída libre, Donald Trump busca una guerra para alzarse como salvador del pueblo estadounidense y garantizarse cuatro años más en la Casa Blanca. La serie de sabotajes sufridos por Irán en los dos últimos meses apunta a que los cuchillos se afilan contra el régimen de los ayatolás. Cuenta con la inestimable ayuda de su amigo Benjamin Netanyahu, quien también atraviesa sus horas más bajas acosado por la justicia israelí y la mala gestión de la pandemia. El acuerdo alcanzado el 13 de agosto entre Israel y Emiratos Árabes Unidos (EAU) para normalizar sus relaciones a cambio de suspender la anexión de Cisjordania estrecha el cerco iraní.

Trump se presentó como árbitro de ese acuerdo que pretende mejorar la imagen de Israel en el mundo árabe y en Occidente la de Mohamed bin Zayed, príncipe heredero de Abu Dabi, gobernante de facto de EAU, con enorme influencia en toda la península arábiga e investigado en Francia por crímenes contra la humanidad en la guerra de Yemen. Los tres -opuestos radicalmente al pacto nuclear con Irán que firmó Obama en 2015, junto con los líderes de Alemania, China, Rusia, Francia y Reino Unido- tienen como objetivo el derribo de la República Islámica.

Irán no quiere una guerra. Se limitó a atacar sin causar bajas una base de Estados Unidos en Irak como venganza por el bombardeo estadounidense que en enero mató al general Qasem Soleimaní, calificado de «ejecución arbitraria» por Naciones Unidas. Según 'The New York Times', envalentonados por esa «respuesta limitada», la sombra de Trump y Netanyahu planea sobre las recientes explosiones en la fábrica de misiles balísticos de Parchin, el edificio de la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz que contenía las nuevas centrifugadoras y otras instalaciones energéticas y de transporte. Además, dos aviones de combate estadounidenses «hostigaron» el 22 de julio a un avión de pasajeros iraní en el espacio aéreo sirio causando varios heridos.

Los aliados occidentales rechazaron apoyar la campaña de máxima presión contra Teherán, que según el Organismo Internacional de la Energía Atómica ha cumplido los límites al programa nuclear para que le levantaran las sanciones. Cuando en 2018 Trump se retiró del pacto nuclear e impuso nuevas sanciones que han hecho mucho daño a la economía iraní, debilitando al Gobierno moderado de Hasán Rohaní y alentado el malestar popular, Irán rogó a los demás firmantes del pacto que le compensaran, pero las empresas internacionales huyeron tras la orden de EE UU de castigar a cualquiera que coopere con la República Islámica.

El gigante chino del petróleo CNPC renunció a explotar un yacimiento de gas, pero el continuo acoso de Trump a Irán y a China ha terminado por forjar una alianza entre estos dos países que puede cambiar la geopolítica de Oriente Próximo y romper el asedio a los ayatolás. Tras cuatro años de negociaciones, Teherán y Pekín han firmado un acuerdo de asociación estratégica para 25 años, por el que China invertirá 400.000 millones de dólares en proyectos de energía, telecomunicaciones e infraestructuras y desarrollará intercambios militares, armamento, información de inteligencia, maniobras conjuntas y una base naval en el estrecho de Ormuz.

La asociación, con la que Rohaní quiere mostrar que Irán no está solo, se enfrenta a la oposición de los nacionalistas radicales, incluido el expresidente Mahmud Ahmadineyad, que la consideran una cesión al imperio reemergente después de los problemas causados por la «rendición» del depuesto sha a EE UU. El Parlamento iraní, de mayoría conservadora, debe ratificar el texto, lo que no es evidente. El abrazo de China a Irán revela la rivalidad descarnada entre Washington y Pekín y las dificultades de Trump para pergeñar su política exterior. No logró el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU para extender el embargo de armas a Teherán que expira en octubre. Solo Netanyahu comparte la urgencia de asfixiar al régimen iraní ante el temor a que Trump pierda las elecciones y una Casa Blanca demócrata vuelva a suscribir el pacto nuclear.

Con un arsenal que puede oscilar entre 100 y 400 cabezas atómicas, Israel nunca ha permitido a sus enemigos acercarse a la energía nuclear. En 1981, destruyó la central que construía Irak y en 2007, la de Siria. Desde 2010 su lucha se centra en Irán: mató en atentados terroristas a cuatro científicos, filtró el gusano informático Stuxnet que dañó el programa atómico y la inteligencia kuwaití atribuye ahora las explosiones de Natanz y Parchin a los sigilosos F35 israelíes.

Si para ganar las elecciones Trump se saca de la chistera el incendio de Irán, desestabilizará Oriente Próximo y pondrá en peligro la paz y la seguridad mundiales