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Prioridades

Dejar el control, después de medio año de pandemia, en manos de la responsabilidad individual es casi criminal, porque ya sabemos que algunos aprovechan cualquier resquicio de una norma para incumplirla

Ha tenido que llegar una pandemia para que no pueda usted ir soltando el humo del tabaco a la cara del vecino por la calle. Es increíble que tengamos que legislar normas básicas de educación. Cualquier día prohibimos la música con altavoces por la calle o en la playa; o nos da por distinguir licencias de restaurantes y bares musicales para evitar que los primeros molesten a los vecinos con el chunda-chunda. "Cof, cof". Perdonen, no es coronavirus. Es que casi me atraganto de la risa.

Vaya por delante que cualquier medida que nos ayude a frenar el avance de la pandemia es bienvenida. Soy fumadora ocasional, pero no seré yo quien ponga el grito en el cielo porque coartan mi libertad, teniendo en cuenta el invierno que nos espera. Sin temporada turística, más que un invierno será una glaciación. A ver cuánto tardamos en descongelarnos. La cuestión es que no va usted a poder fumar en la calle ni en la terraza de un bar si no puede mantener la distancia de seguridad. Me resulta curioso que volvamos a tropezar con la piedra del condicional. Ya vimos qué ocurrió con las mascarillas: ese metro y medio era la excusa perfecta para no llevarla. Nada hace prever que suceda lo mismo con el tabaco, ¿verdad?

Desconozco el potencial del humo como vector de transmisión del SARS-Cov-2 en un espacio abierto. No sé si es peor que estar gritando en una terraza porque la música te obliga a hablar alto. Pero me apostaría la mano derecha a que cualquiera de ustedes podría nombrar más de un local que se pone las normas de seguridad sanitaria por montera. Y sin necesidad de irnos a Santa Ponça o Magaluf. Esos que han puesto en peligro no sólo su negocio, sino todos los demás, ahora que ya estamos en todas las listas negras de los principales mercados emisores de turistas. Por no mencionar casos como el del restaurante de Formentera que tenía trabajando a cinco personas que debían estar en aislamiento y que ahora resulta que están infectadas.

Dejar el control, después de casi medio año de pandemia, en manos de la responsabilidad individual es casi criminal. Porque ya sabemos que algunos no cumplen el aislamiento, llevan la mascarilla en el codo o aprovechan cualquier resquicio de una norma para incumplirla. Hay varias cuestiones fundamentales: ¿qué va a pasar cuando alguien fume sin mantener la distancia? ¿Quién va a controlar que la norma se cumpla e imponer sanciones? ¿Los mismos que tienen que vigilar locales y el uso de la mascarilla? Me temo que, si queremos resultados distintos, tendremos que cambiar de estrategia. Incluso puede que de prioridades, porque tal vez Marlboro no sea el principal aliado del virus, mientras gente que ha dado positivo se vea obligada a trabajar para no perder su empleo.

Hemos tenido meses para establecer sistemas de control sanitario en los aeropuertos -Madrid sigue sin coger el teléfono-, o para poner en marcha un sistema de inspección y sanción eficaz. Como hace medio año que deberíamos haber estado trabajando en un retorno todo lo seguro posible a las aulas. Pero dejamos para dentro de unos días -para qué tanta prisa- coordinar los protocolos para evitar rebrotes. Ojalá me equivoque si les digo que muchos docentes van a tener poco tiempo de enseñar materia después de aplicar las medidas o que vamos a ver más cierres de los deseados. Puede que ahí sea donde debiéramos poner el foco.

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