Será cuestión de tiempo que el malestar de la gente ante el camino que llevan las cosas cristalice en un cambio de tono. Ya se dan señales, pero no hacen sino anticipar cambios todavía más profundos que han de venir, y que poco a poco llevarán a un nuevo tiempo en la política. Sin embargo, en España se han puesto las simientes de un odio que para ese nuevo tiempo tendrá que ser poco a poco apagado. No va a ser fácil. Su encono y gravedad lo hemos visto hace apenas unos días y debemos valorarlo bien. Los fenómenos de persecución a la familia Iglesias-Montero van mucho más allá de los escraches típicos que ellos mismos fomentaron en su día.

El escrache es una forma de expresar protesta ante la trayectoria de un actor político en el curso de una actuación pública. Ha de ser una actuación pública la que se obstaculiza para hacerle sentir que en el uso de su poder debe tener en cuenta a los ciudadanos. Por supuesto, a mí no me gusta ese comportamiento, pero aprecio la diferencia con expresar hostilidad y amenaza en medio de la vida privada. Esto me parece una escalada de la barbarie, agresiva y violenta, completamente diferente. En el escrache uno se indispone con la persona pública. En la invasión de la vida privada de una familia realizada de forma constante y amenazadora, se expresa que es la existencia misma de esa persona o personas lo que molesta. Ese aborrecimiento es indicio de la fijación del odio.

Eso se ha despertado entre nosotros y refleja una falta de consideración extrema por quienes les decimos que nos aliviaría su no existencia. Ya lo vimos otras veces, como el ataque a las familias de guardias civiles que se tomaban unas copas en un bar de Alsasua. Ese mismo desprecio lo hemos visto en una manifestación en la que energúmenos descerebrados se han tomado como una fiesta escupir sobre cerca de treinta mil muertos, sobre cientos de miles de enfermos que han conocido el dolor y el miedo, sobre todos los que ellos mismos pueden infectar o serán infectados en el futuro.

Esa mentalidad se ha instalado en España, pero se muestra especialmente fuerte en Madrid. Que fuera de allí, quizá con la excepción de algunas plazas andaluzas, tenga pocas posibilidades de adquirir efecto de masa, se ha visto en las últimas elecciones. Cuando todo indica que vienen tiempos que cambiarán la percepción de la función de los Estados, cuando se hace inevitable que los poderes públicos se conviertan en actores con recursos capaces de intervenir en la vida económica, esta mentalidad del odio parece que fuerza la máquina precisamente aquí, en España, el país más débil de los grandes de la UE.

Por supuesto que este aumento de la acción directiva del Estado la ve como inevitable todo actor que lleve algo serio en las manos. Pero en lugar de ver la mejor manera de coordinar los esfuerzos y de emplear de manera social y general esos recursos, algunos presionan para que ahora el Estado esté en las manos adecuadas, proponiendo un gobierno de concentración 'moral' para romper el acuerdo Sánchez-Iglesias. La propuesta fue el testamento político de Álvarez de Toledo, el pasado domingo, cuando ya se veía inminente su cese. La deslegitimación 'moral' de los dos actores que se derivaba de las palabras de Álvarez de Toledo es, sin embargo, muy preocupante. Cubre y justifica el odio hacia Iglesias y los suyos.

Parece que en un Estado con capacidad de endeudarse, la porción de ciudadanía que representa Iglesias no debe formar parte de un gobierno democrático. Esta ofensiva es la razón final del comportamiento del odio, que por supuesto no se basa en razones personales, sino que es una forma de acción política. Cuando el Estado tiene recursos, es importante que esté en manos de los amigos. De otro modo se pueden apoyar proyectos de otra economía más democrática, más verde, más social, menos dependiente de flujos financieros masivos. Lo vemos en Madrid, de nuevo. El sistema sanitario público aún no ha sido reforzado como se debería, las nuevas actuaciones se han entregado a grandes compañías, el sistema educativo está alarmado y prepara una huelga, y la población asiste atónita a la impasividad con la que, en una situación de emergencia nacional, se aplican las mismas recetas de minoración de servicios públicos que en las épocas de las vacas gordas.

Esa incapacidad de alterar la agenda que se tiene forjada desde el principio testimonia que el conjunto de intereses que hay en la base del gobierno regional madrileño de Sánchez Ayuso es tan fuerte, que no está dispuesto a dar un paso atrás fortaleciendo de algún modo el sector de lo público. No es cuestión de partidos. Es cuestión de inflexibilidad. Por mucho que los idearios sean los mismos, en Galicia se tiene la mano izquierda que no conoce la mentalidad endurecida de los políticos madrileños, forjada en otros ámbitos implacables.

Ahora, cuando el país va a ser puesto en situación de máximo estrés, no podemos entregarnos a la intensificación del odio desde los actores políticos. Lo propio de la mentalidad fanatizada reside en escucharse solo a uno mismo, no oír sino las voces interiores, no atender sino el programa y la agenda de enfrentamiento que sepa Dios dónde se haya decretado. Es lo que se vio en el último encontronazo de Álvarez de Toledo con Iglesias en el Parlamento. La portavoz llevaba preparado y documentado su ataque al padre de Iglesias y, fuera cual fuera el argumentario de su partido, ella se atuvo a su plan previsto de intensificación del desprecio y del odio. Que haya sido cesada de su cargo, es una buena noticia.

Y sin embargo, cuando escribo estas líneas me llega la noticia del ultimátum de Más País a Gabilondo para presentar una moción de censura a Sánchez Ayuso. Cualquiera que comprenda la lógica de las cosas verá que un hilo evidente vincula esta propuesta con el cese de Álvarez de Toledo como portavoz del grupo parlamentario. En ambos casos, se trata de desterrar una política que está pendiente de maximalismos ideológicos. Por supuesto que Madrid no es el único sitio donde sólo se atiende a posiciones ideológicas absolutas. Pero si se quiere avanzar de verdad hacia una política razonable por todas las partes, que atienda intereses legítimos generales en la reconstrucción futura, Sánchez Ayuso no puede continuar. Vamos a tener necesidad de políticos que escuchen la realidad, porque en los próximos meses hasta la piedras van a gritar. Pero quienes están poseídos por ideas fijas han demostrado estar sordos para todo lo que no sea su fantasma.