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El despertar de los jinetes del Apocalipsis

El despertar de los jinetes del ApocalipsisBuena la hizo el evangelista Juan, o quienes fueran que se permitieron cerrar las Sagradas Escrituras con el Apocalipsis (revelación). Un texto compuesto tal vez a finales del mandato de Diocleciano (90-96 d. C.) augurando, contra las persecuciones de los cristianos, el triunfo de Dios (los creyentes) sobre el diablo (el Imperio). Los recursos literarios del género apocalíptico, tan presentes entonces y en la tradición judía, los ángeles, fenómenos cósmicos, simbolismo de números (el 4, el 7), tejieron un combate entre el bien y el mal que en los capítulos del Rollo de los Siete Sellos trajo de cabeza a los numerosos exégetas que ha habido. Siendo breve, el relato de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis es objeto aún de debate no resuelto. Inspiración además de artistas plásticos, novelistas, relatores de todo tipo, cineastas, adivinadores, predictores y pitonisas, cada vez que el mundo se ve envuelto en periodos de inseguridad colectiva cabalgan de nuevo los jinetes castigando la maldad de los erráticos seres humanos.

¿Quiénes son los poderosos corceles que con sus caballeros tanto nos perturban? Hay consenso en tres de ellos. Del segundo sello "salió un caballo rojo; y a su jinete se le dio el poder de quitar la paz de la tierra y de hacer que los hombres se degollaran entre sí, y se le dio una gran espada": la guerra. Del tercero salió "un caballo negro [y quien montaba] tenía una balanza en la mano?y una medida de trigo por denario?": el hambre. Del cuarto apareció "un caballo bayo y su jinete tenía por nombre la Peste y le acompañaba el Hades": la peste y su compañera la muerte. Pero hete aquí que, encabezando el cuarteto, el primer sello era el del "caballo blanco. El jinete llevaba un arco, le dieron una corona y salió para vencer". ¿Seremos redimidos por el del caballo blanco símbolo triunfante, o será engaño? La esperanza, lo último que se pierde.

Cabalgaron los Cuatro Jinetes del Apocalipsis en tiempos percibidos como oscuros: en el Imperio romano torturador; en el avance del Islam (s. VIII); se agudizaron en el mito milenarista del año 1000, el más apocalíptico; en los brotes terribles de la peste negra que mató sin piedad el despertar urbano; en las guerras religiosas y de dominio de una tierra ya redondeada en el siglo XVII, que pese a los avances tuvo su edad de hielo; volvieron con enfermedades que penosamente se superaron: la viruela, el cólera, la tuberculosis; renacieron con fuerza en la Gran Guerra (1914-1918), aquella que se creían nunca podría ser superada con sus muertes a millones y su tremenda gripe, pero que se superó pronto con otra aún mayor acompañada de todos los males posibles, el peor la perversión humana. Si la Primera Guerra Mundial trajo grandes sufrimientos e hicieron cabalgar en la pluma de Vicente Blasco Ibáñez "Los cuatro jinetes del Apocalipsis" -los popularizados- la Segunda superó con creces el horror y el cine los recordó nuevamente ante una humanidad hundida.

Pedir demasiado a la Tierra que nos cobija, en lucha de unos sobre otros o en explotación excesiva de recursos, siempre ha desencadenado furias. Se atribuían las epidemias pestíferas medievales y modernas a castigos divinos, al calor y humedad del verano más virulentas, a la corrupción del aire, a fenómenos celestes y emanaciones pútridas, además de buscar culpables próximos en extranjeros, enfermos, brujas o judíos, estigmatizados y perseguidos. Las roturaciones incontroladas de tierras, el crecimiento de ciudades malsanas, el desconocimiento, las guerras, las malas cosechas desataban el pánico. Cuando el contagio se anunciaba, no se quería ver; cuando los muertos eran pocos aún se silenciaban por si pasaba. Pero la cara del mal vista de frente solo admitía una solución: "un par de botas" y alejarse. Huían de las ciudades los ricos, los burgueses y aún los pobres antes de verse encerrados. Sin embargo "en las aldeas se recibía a los fugitivos a disparos de mosquetón". La sociedad de la urbe tan libre se desestructuraba: "separados del resto del mundo los habitantes se apartaban unos de otros en el interior mismo de la ciudad maldita, temiendo contaminarse mutuamente". Los ritos sociales se postergaban: los enfermos estaban solos, los médicos se protegían con máscaras y los veían a distancia, "los curas dan la absolución de lejos y la comunión mediante una espátula", se rociaban con vinagre y ungüentos ropas y lugares, "muchos están bloqueados en su casa declarada sospechosa". Entre tanta tribulación había quienes buscaban refugio en los placeres fáciles porque "contra la fiebre pestilente hay que estar alegre" ya que "la aprensión, el terror y la melancolía son también peste porque abaten nuestro optimismo y nos disponen ?a recibir el veneno". Proliferaban quienes se oponían a toda autoridad y normas de orden, negando la evidencia y "la imaginación popular estaba realmente descarriada y poseída". El hambre y la guerra triunfaban.

Ahora las cosas son muy diferentes. Pero el orbe, todo él interconectado y globalizado, ve atónito la quiebra de sus fundamentos por un invisible enemigo que deja en evidencia sus debilidades pese al aparente poderío científico y técnico exhibido. Muchos de los comportamientos y actitudes se nos antojan atravesando el túnel del tiempo, porque ante la adversidad incontrolada el ser humano actúa con humana debilidad. Hoy enfrentamos a los jinetes perversos otra vez y es obligado aunar criterios: la peste y su acompañante la muerte están servidas; habrá que pararlas y al hambre y la guerra. Y buscar al jinete blanco salvador.

Que la Tierra sufre un deterioro medioambiental parece incuestionable, pese a que el debate no es sosegado ni pacífico. Cuánto y a qué velocidad se deteriora no genera unanimidad. La presión demográfica mundial y la contaminación son evidentes. Se relaciona la conexión mortal entre "coronavirus y cambio climático", ya que "la lista de brotes epidémicos de virus nuevos -a menudo exóticos- potencialmente peligrosos para la humanidad forma un caleidoscopio aterrador" en aumento en los últimos sesenta años. Es necesario mantener la biodiversidad para evitar que ciertas especies y con ellas sus enfermedades, sus virus, alcancen una posición dominante en entornos diferentes a los de origen y carezcan de frenos naturales. La pertinencia de las soluciones salvadoras y su ritmo de aplicación es el núcleo del disenso. Tal vez sea factible una energía limpia, transportes eficientes y no contaminantes, industrias sin emisiones, pero ¿en qué parte del planeta es ello posible y a qué precio? La desigualdad en la distribución de la riqueza es una brecha que se agrada.

La tecnología avanzada para "un mundo mejor" está al alcance de algunos; así es fácil abrazar el mito y sus bonanzas, caballo blanco triunfante, aureolado de eficiencia y nuevas oportunidades. Pero a nadie se le escapa que ello no es general. Y no está exento de polémica. Incluso entre las regiones del planeta en las que los avances de la inteligencia artificial y la robótica son un hecho, se plantean dudas sobre "daños colaterales" en manos inapropiadas: armas autónomas incontroladas, discriminación, manipulación social, invasión de la privacidad. Es necesario garantizar derechos y libertades que en el "uso de masas ingentes de datos chocan con la protección, la transparencia y la ética". ¿Habrá mundos "Blade Runner" o "Elysium"?

Los jinetes del Apocalipsis negativos, cabalgando entre la preocupación medioambiental y digital, pueden hacer fracasar la humana idea de progreso. Conjurarlos exige el abandono de la dinámica individual imperante.

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