Opinión | tribuna

Ismael Sáez Vaquero | Secretario general de UGT-PV

A propósito de "Qué hacer con el modelo productivo" (de G. Reche)

Lo primero, me ha gustado, aunque se me ha hecho corto. Algunos dirán que por eso me ha gustado, no lo crean, el autor nos viene a decir algo así como que orilla deliberadamente determinadas cuestiones, y uno las echa de menos, que le desvían de su objetivo central: «la condición sine qua non para distribuir la riqueza, incluso para distribuir mejor la riqueza, es que ésta exista», luego lo que hay que hacer con el modelo productivo es que sirva para crear riqueza.

Afirma el autor que hay un consenso respecto de que ninguna generación vivió mejor que aquella que hoy bordea la edad de jubilación, que es un modo suave de decir que los jóvenes viven y vivirán peor que sus progenitores; pero tal afirmación es rotundamente desmentida por cientos de millones de asiáticos que viven francamente mejor que sus padres, no sólo chinos, lo que demuestra dos cosas a mi entender: que seguimos instalados en el concepto de occidente como ombligo del mundo y que la globalización es sobre todo un problema para las sociedades instaladas en la cúspide mundial que ven perder posiciones respecto de los nuevos actores y por ello padecen enormes tensiones dentro de sus sociedades en las que crece la desigualdad, la marginación y la pobreza.

Se trata por tanto de cómo competir mejor para ganar en ese mundo globalizado, porque es indudable que en términos planetarios se ha reducido la desigualdad y la pobreza. Lo de la libertad es otra cosa, pero veamos con un ejemplo cómo valoran ese ideal en algunas partes: El President Ximo Puig nos contaba que en un viaje oficial a China se le ocurrió preguntarle a la intérprete nativa sobre la libertad en su país y ésta, sorprendida, le contestó que podían comprar cualquier cosa, que eran libres. De manera que el más sorprendido fue el President.

No seré yo quien niegue la evidencia de sistemas autoritarios en aquellos países que están despuntando en el éxito de sus economías viniendo del subdesarrollo, aunque no todos. Corea del Sur sería un buen ejemplo de éxito y democracia, aunque se pueda discutir su homologación respecto de nuestros sistemas, al menos hasta ayer. Donde se están produciendo retrocesos democráticos y alarmantes brotes de autoritarismo es precisamente en occidente como reacción a la pobreza, la falta de oportunidades y la desigualdad crecientes en el seno de sus sociedades de la que se nutren los populismos. Es decir, que estoy de acuerdo con García Reche sobre los padres y sus hijos, pero sólo si se circunscribe a aquellos países que han dominado el mundo en los últimos cinco siglos.

En otro apartado del libro contrapone a quienes desde el liberalismo defienden la desaparición de cuantas trabas se opongan al crecimiento (SMI., ingreso mínimo vital, organizaciones sindicales de clase o elevados impuestos) con aquellos que desde la izquierda radical hacen propuestas de reparto cuantiosas, aunque sean de imposible cumplimiento; para apostar, finalmente, por «impulsar mejoras continuas en la distribución del valor generado a favor de las capas más desfavorecidas, garantizando, al mismo tiempo, un crecimiento sostenible del PIB a lo largo del tiempo».

Yo me suscribo a esta propuesta y acepto el enfoque del libro: «explorar cuál es la vía más genuina para la generación y crecimiento de la riqueza de un país, que es el requisito previo para todo lo demás», pero añadiría la necesidad de cohesión social que impida el ascenso de los populismos nacionalistas mediante las medidas de reparto que sean posibles, y ahí tienen cabida el SMI o el ingreso mínimo vital. También es determinante, para que sean posibles, que estas medidas de reparto se formulen en el marco de espacios de gobernanza más amplios que el determinado por los viejos y obsoletos estados-nación, por eso es tan importante homogeneizar derechos sociales y obligaciones fiscales en el marco de la UE.

Por lo demás, se esfuerza en aclararnos que no se trata de cambiar el modelo productivo, sino de mejorarlo; porque la innovación, la incorporación de valor añadido, de conocimiento es susceptible de ser aplicada a cualquier sector de actividad, y es eso lo que explica, detalla y demuestra en buena parte del libro.

Niega que la devaluación salarial y de la calidad del empleo mejoren la productividad en el medio y largo plazo, entre otras razones porque siempre y por desgracia encontraremos competidores con peores salarios y empleos, pero además porque solo la innovación permanente garantiza esa mejora de la productividad ganado mercados y ofreciendo mejores salarios y empleos.

Cuestiona a aquellos que vaticinan que la revolución 4.0 va a traer como consecuencia una escasez generalizada del trabajo y apela a la experiencia obtenida de las revoluciones tecno lógicas anteriores, en las que nuevos empleos sustituyeron a los que se destruían generando muchos más. Yo estoy de acuerdo con esta formulación sólo si se plantea para el total de empleos medido a nivel mundial (ya veremos o verán qué sucede con la 5.0 o la 6.0 o las que vendrán) porque como señala con acierto, en esta al menos, lo que está por ver es dónde se generan esos nuevos empleos. Esa es la partida que ineludiblemente estamos llamados a jugar y que únicamente podremos ganar si incorporamos a nuestro sistema productivo la innovación, el conocimiento y el valor añadido.

Cree que el reparto del trabajo se ha venido produciendo a lo largo de la historia mediante reducciones de jornada posibles por la intervención de los sindicatos de clase que disputaban y disputan con los empresarios el valor añadido generado. Yo, que no cuestiono tal afirmación, sin embargo creo que hay que pensar en propuestas de reparto del empleo más ambiciosas por dos razones: la primera, porque creo que puede contribuir a una mejora de la productividad si con la ayuda y el fomento de los recursos públicos no se incrementan los costes salariales; y la segunda, porque es de todo punto preferible dar oportunidades de empleo si queremos que nuestros hijos no vivan peor que nosotros y se sientan integrados en la sociedad a la que pertenecen.

No es nuevo que, además de las empresas, en el sistema capitalista compitan los países, pero nunca como hasta ahora había tantos competidores para un mismo espacio o mercado que, por ello, se hace más pequeño. En esta competición el tamaño importa, de ahí la necesidad de construir más Europa si queremos mejorar nuestras oportunidades y tener capacidad para establecer o condicionar las reglas globales; sin embargo, como ello no depende sólo de nosotros, García Reche propone que nos centremos en lo que podemos hacer por nosotros mismos, porque está persuadido, científicamente persuadido, de que podemos mejorar sustancialmente nuestros niveles de riqueza y bienestar apostando decididamente por la innovación y la mejora de la productividad incorporando soluciones tecnológicas y conocimiento al sistema productivo.

No basta con invertir en I+D+i mucho más de lo que venimos haciéndolo en España y en la Comunitat Valenciana, es condición necesaria pero no suficiente, hay que poner ese conocimiento al servicio de las empresas, del tejido productivo, pasar de las musas al teatro. Y para ello destaca el valor de la Agencia Valenciana de Innovación (AVI) y el compromiso de cuantos en ella participan para tener éxito.

No sé si, tal y como lo subtitula el propio autor, este libro es una guía para gobernantes audaces. Ni si, siendo como es vicepresidente ejecutivo de la AVI, está calificando al President Ximo Puig de tal, puesto que fue él su impulsor. Lo que sí sé es que la mejora de nuestro modelo productivo requiere de la intervención pública en la dotación necesaria de recursos, en las políticas de coordinación del sistema innovador y su conexión con las empresas, y en la orientación que a ese modelo productivo le queramos dar para hacerlo más eficaz en el objetivo último: aumentar nuestra riqueza y repartirla con justicia mediante impuestos y su contrapartida en servicios sociales y, no menos importante, recuperando el equilibrio en la negociación colectiva para la disputa del valor añadido entre salarios y beneficios.

Un libro muy recomendable, ameno, bien escrito, que contribuye al debate no sólo del análisis, sino también de las soluciones. Lean a este intelectual al que no le gusta salir de la provincia.

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