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Matías Vallés

A Corinna le parece poco dinero

La porción más destacada por los medios, en la entrevista de Corinna con la BBC, no fue el fragmento en que esta agente de demolición de la monarquía española se jacta de que una donación de 65 millones de euros a su augusta persona no resulta excesiva. Al contrario, la suma le parece modesta y está a punto de demandar un aumento. La hábil contable reseña que esa pequeña fortuna, equivalente a un obsequio de doscientas casas, no es desmesurada en comparación con la fortuna atribuida a Juan Carlos I, que el New York Times selló canónicamente en mil ochocientos millones de euros.

La posibilidad de que alguien se queje en Londres de un regalo de 65 millones, sin que al día siguiente arda Buckingham Palace, aporta otra prueba poderosa sobre un planeta desquiciado más allá de la pandemia. En una novela sería inadmisible ajustar ese pago, a cambio de solo cuatro años en el desempeño de amante oficial del Rey. La propia Corinna se muestra consciente de la desproporción, cuando se ve obligada a remarcar que acompañó al jefe de Estado español "en el peor momento de su vida".

Al margen de que la contrapartida monetaria por actuar de adjunta al jefe de Estado se halle justificada, este abnegado papel en la cumbre merecería alguna explicación a la sociedad. El tabú del sexo de los políticos ha rendido beneficios a la convivencia nacional, pero este romance desborda la esfera sentimental. La versión de Corinna es parcial, pero se atribuye el ejercicio de poderes por encima de un ministro que nunca han sido sometidos a escrutinio. Conforme se van retirando capas a la cebolla, se abre paso la hipótesis de que la verdadera "gran profesional" no sea la Reina Sofía laudada en las confesiones a José Luis de Vilallonga de Yo, el Rey. Ese honor le cuadra mejor a la pseudoprincesa centroeuropea.

Un nuevo motivo de preocupación amanece cuando Corinna determina, ante el tribunal de la BBC, que su cargo era hereditario en la figura de su hijo. Los 65 millones y el malogrado safari de Botsuana se vinculan a la devoción que el entonces rey habría contraído hacia Alexander Kyril zu Sayn-Wittgenstein, de nulo interés biográfico si no mediara su intromisión a lo grande en la historia de España. No se puede disputar a Juan Carlos I su libertad para impartir docencia a las nuevas generaciones, muy necesitadas de orientación. Sin embargo, su proximidad cursa en este caso con los sobreentendidos preocupantes en un monarca que ya tiene un heredero, con rango de jefe de Estado. Se reedita la frivolidad franquista de juguetear con una sucesión alternativa, en la figura del esposo de la nieta del dictador.

Si un heredero sin consanguinidad recibe, y no presuntamente, 65 millones de euros según su madre, cabe imaginar las cifras de origen desconocido que se barajan para los tres hijos de Juan Carlos I que completaban la Familia Real. Y sobre todo, los sucesivos círculos de la vertiginosa espiral generada por Corinna demuestran que, al margen de haber contratado a precio de la Liga a una valiosa colaboradora, el Rey también se estaba labrando una enemiga de cuidado. La dicción exquisita y el vocabulario selecto no describen en la BBC a una mujer atribulada por las pesquisas sobre su fortuna de la fiscalía suiza, la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo.

La palabra "tantrum", pronunciada por la emprendedora alemana para describir el berrinche de Juan Carlos I al reclamar la devolución de los 65 millones, no pertenece al léxico de los lectores de tabloides ni de los usuarios de la lengua franca del globish. En la misma línea, Corinna selecciona el término "clawback" para describir las previsibles tentativas de recuperación de la donación a cargo de los miembros de la Familia Real, que Juan Carlos I se habría esmerado en bloquear. No es casual que " claw" coincida con "garra".

La carga contra la Familia Real en pleno, bajo el sello impecable de la BBC, se lleva por delante la imagen del CNI o Centro Nacional de Ignorancia. Corinna tacha de amenazantes las gestiones del general Félix Sanz Roldán, que para un observador externo resultan descacharrantes y redundan en el descrédito de los servicios secretos. La humillación colectiva de un alto servidor del Estado corrigiendo los excesos sentimentales del Rey, empeora ante los resultados desalentadores. Confundieron a Corinna con Bárbara Rey.

En la BBC, el biógrafo Paul Preston se escandaliza cuando le plantean si los logros del reinado sobrepujan al desliz sentimental, con un "se lo ha buscado", "se ha metido el solito". La conmovedora brigada de defensores del Emérito pugnará por desmontar los párrafos anteriores, al grito de ¿quién concede crédito a las palabras de Corinna? Juan Carlos I, por desgracia, al elegirla en persona y a buen precio.

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