La Asamblea General de Naciones Unidas declaró el 30 agosto como Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, que empezó a observarse el año 2011.

El delito de lesa humanidad que fue objeto de varias Resoluciones atribuye responsabilidad a cualquier Estado por las desapariciones forzadas cometidas por actores estatales y no estatales que actuaron con el apoyo, la autorización o la aquiescencia del Estado y en algunas ocasiones sin vínculos con el mismo, mediante la aplicación del estándar de la «regla de control» pero también de la omisión de la «diligencia debida», tal como recoge la Convención Americana sobre Derechos Humanos y algunas decisiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia.

Me viene a la memoria el aforismo «aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid», para reflexionar sobre las desapariciones forzadas o provocadas de tantas personas afectadas por el desgraciado Covid-19.

Por ello, valiéndome del día y la terminología vulgar, ante la situación generalizada de pandemia y la falta de responsabilidad de algunos descerebrados que siguen tentando a la suerte propia y de otros, me provoca desolación descubrir cómo con tales comportamientos se está asumiendo el contagio y eventualmente el fallecimiento, -modalidad de desaparición forzada/provocada-, de tantas personas a quienes debemos como mínimo el respeto a su salud, su integridad y su dignidad.

No quiero trivializar la gravedad de los crímenes de lesa humanidad, entre los que se integra la desaparición forzada que fue objeto de varias Resoluciones de Naciones Unidas desde 1992 y que acabó con la Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas de 21 diciembre 2010. Pero desde Fundación por la Justicia también queremos sumarnos a la denuncia y muy particularmente a la exigencia de responsabilidades de todas las personas de cualquier edad o condición que con conductas de desprotección y desprecio imperdonable agreden a la humanidad misma y generan tanto espacio de inquietud y desasosiego. No cabe excusarse en el desconocimiento ni en la falta de ofrecimiento de medidas de autoprotección. Algunos derechos no son absolutos. Y no lo pueden ser cuando su ejercicio vulnera los de otros. Proporcionalidad.

El estándar de aplicación de la «diligencia debida», que en el derecho internacional se aplica para la exigencia de responsabilidad de los Estados, en casos muy graves de atentados contra los derechos humanos, podría plantearse como recurrente. Las obligaciones de «respeto y garantía» se fundamentan en la concurrencia del conocimiento del riesgo y la idoneidad de las medidas para evitarlo (Sentencia 'Masacre de Mapiripán vs Colombia', de la Corte Interamericana de Derechos Humanos 2005; y Sentencia 'Tadic' del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia 1999). Ello otorga legitimidad al Estado para exigir, pero también responsabilidad por no hacerlo.

Estamos reescribiendo las reglas del juego, pues, como sostiene Harari, no hay nada predeterminado y nos quedan muchas opciones, pero las decisiones que tomemos tendrán un gran impacto ahora y en el futuro. El legado de confianza, solidaridad y cooperación nos ayudará a lidiar otras crisis del futuro, pero no podemos caer de nuevo en el error de debilitar la solidaridad y la cooperación.

Como propone el maestro Gasalla, en momentos difíciles de dolor, dudas, desconcierto, desinformación, desánimo, desconfianza, desilusión, desesperación, desunión y desamor -todas comienzan por 'des'-, no nos queda otra que volver al 're' de reflexionar, reciclar, reinventar, renovar, renacer, reducir lo que tenemos, resaltando lo que aún nos queda, recuperar lo valioso y renovarnos.

Esta es la fórmula. Descalificados comportamientos como los que Fray Betto denuncia en su país (Brasil), tras la denuncia de las atrocidades de un gobierno amenazante de las instituciones democráticas, se descubre la esperanza que ofrece el diseñador Marc Jacob, después de que una de sus tiendas fuera destruida en Los Angeles por protestas ciudadanas, escribiendo en Instagram: «Nunca dejes que te convenzan de que los vidrios rotos sobre saqueos son violencia. El hambre es violencia. Vivir en la calle es violencia. La guerra es violencia. Lanzar bombas a las personas es violencia. El racismo es violencia. La supremacía blanca es violencia. Ningún cuidado de la salud es violencia. La pobreza es violencia. Contaminar las fuentes de agua con fines de lucro es violencia. No atender convenientemente a personas infectadas por un virus desconocido, pero contaminante y que provoca la desaparición de otros, es violencia. Una propiedad puede recuperarse, las vidas no pueden».

Ojalá recuperemos pronto los abrazos y los besos. Pero, seguros. Ahora es tiempo de confiar, de tomarse un respiro y una cerveza con uno mismo. Descubriremos un universo de afectos que dejamos perder y necesitaremos recuperar.