Opinión
Pablo Gil / Instituto 9 de Mayo
Colgar a Stalin
Durante las tres décadas del régimen de Stalin, las palabras del titular de este artículo se cobraban con la muerte de quien fuera acusado de manifestarlas, previa tortura para conseguir la autoinculpación, mientras que sus familiares serían criminalizados y los amigos ni se atreverían a preguntar.
En 1937-1938, el terror crecía a un ritmo de 1.000 ejecuciones diarias y otros tantos ingresos en gulags de aquellos supuestos "contrarrevolucionarios" (en total, solo por esa Gran Purga del partido único represalió a 1,5 millones de personas). Pero Stalin también embistió contra naciones enteras: por ejemplo, entre el 18 y el 20 de mayo de 1944, por orden suya se acabó con el futuro de todo un pueblo, los tártaros de Crimea, que fueron masivamente expulsados de la península en la que son población originaria (muriendo entonces por esta causa uno de cada dos o tres).
Afortunadamente, los tiempos han cambiado... o no tanto. Si paseáramos uno de estos pasados días de agosto por el cauce del Río Turia, hubiéramos podido ver colgado en las simbólicas puertas de la ciudad, en las Torres de Serrano, una enorme pancarta de 15 metros "En defensa de Stalin" con el rostro del sanguinario dictador y un texto delirante nombrándolo "Héroe de la clase obrera".
No, no se trataba de un rodaje de época, ni de una broma de mal gusto. La instalación de la pancarta y la difusión de sus imágenes en redes sociales es la acción política de un grupo de personas de "PML Reconstrucción Comunista" que intentaban atacar al Día Europeo Conmemorativo de las Víctimas del Estalinismo y el Nazismo (23 de agosto), hecho que precisa de una contundente e inequívoca respuesta política, además de una investigación sobre cómo lo han conseguido llevar a cabo.
El 23 de agosto, también conocido como Día Internacional del Lazo Negro, se instaura a nivel europeo para reconocer los crímenes de guerra y contra la humanidad que siguieron al concordato militar entre la Unión Soviética y la Alemania nazi de 1939. Una vez desatada la Segunda Guerra Mundial y la invasión conjunta de Polonia, ambas potencias firmaron también el Tratado Germano-Soviético de Amistad, todo ello en Moscú y en presencia de Stalin. Estos acuerdos suponían asimismo un reparto de áreas de influencia por el que la URSS se hacía con el visto bueno nazi para dirigirse contra Moldavia, los países del Báltico y Finlandia.
La cuestión es qué respuesta da nuestra clase política y la sociedad al enaltecimiento de Stalin, un criminal internacional. Y lo cierto es que tenemos hoja de ruta.
El Parlamento Europeo, en una resolución de 2009 sobre la conciencia europea, recuerda que «es necesario estar constantemente alerta para combatir las ideas y las tendencias antidemocráticas, xenófobas, autoritarias y totalitarias». En 2019, nuestros parlamentarios europeos reiteraron la importancia de la memoria histórica europea para el futuro del continente e instaron «la condena de toda manifestación y propagación de ideologías totalitarias, como el nazismo y el estalinismo, en la Unión Europea».
En la misma exposición de motivos de la Ley de Memoria Histórica, dice expresamente, aunque con un enfoque nacional, que es necesario «fomentar los valores constitucionales y promover el conocimiento y la reflexión sobre nuestro pasado, para evitar que se repitan situaciones de intolerancia y violación de derechos humanos como las entonces vividas».
Los valencianos estamos aún más comprometidos desde que el pasado mes de diciembre las Corts Valencianes, por unanimidad de todos los grupos políticos, aprobaron en la Comisión de Derechos Humanos una PNL cuyo sentido es la condena del genocidio comunista de Stalin contra la población ucraniana durante el Holodomor de 1932-1933. No olvidemos que sólo en la parte central y oriental de Ucrania se cuentan por millones las personas que murieron de hambre por razones estrictamente políticas. Y que, a diferencia del nazismo, en lo relativo al estalinismo no se pudo emprender la reparación del trauma mediante la justicia.
Al enfoque legal y político de este despropósito hay que sumar algo más: nuestra obligación de solidaridad y empatía para con nuestros vecinos.
Hay decenas de miles de familias en Valencia, residentes o visitantes, con procedencia desde Berlín hasta Vladivostok, a los que los crímenes del régimen de Stalin les afectaron personalmente. Familiares directos de las víctimas, con nombres y apellidos, seres queridos que permanecen en sus álbumes de fotos, y que murieron en la más absoluta indignidad de hambre, o fusilados, o sacrificados en los distintos frentes, tantos otros que fueron esclavizados, deportados o violados; en definitiva, todos los que sufrieron el contexto de los actos de agresión del estalinismo y el sinvivir de su dictadura.
Parece que ahora tienen que aguantar no sólo ver la cara del asesino (también de obreros) en edificios públicos singulares, sino algo peor: el desconocimiento y la indiferencia de la sociedad que les acoge y a la que tanto admiran.
Hay que actuar, ya.
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