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Covid-A

En la vida hay que ser normal. En la circunstancia alterada para millones de personas por el COVID-19 hay que acostumbrarse a medidas excepcionales, a un orden establecido fuera de lo habitual y a entender como ordinario aquello que es extraordinario. Entre tanto, si queremos recuperar una cierta normalidad deberemos entender la crisis como oportunidad para mejorar en todos los órdenes.

Olvídense de teorías conspirativas, elucubraciones banales o divagaciones especulativas. Si se reflexiona con una cierta coherencia y con sencillez se llegará a la conclusión de que, en un mundo que se mueve esencialmente por dinero, nadie mata a sus clientes.

Lo que debe importarnos en este ahora es recuperar la salud o mantenerla, lo que nos obliga a confiar en la comunidad científica, otorgándole la importancia que les corresponde y dotándola de recursos suficientes para realizar su labor.

Traten de comprender que un virus es un organismo de estructura muy sencilla, compuesto de proteínas y ácidos nucleicos, y capaz de reproducirse solo en el seno de células vivas específicas, utilizando su metabolismo. Y piensen en lo que representa una pandemia: una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región. No hay fronteras, no hay excluidos, no hay ideologías, existe una amenaza común y no hay más capacidad de prevención y superación que la aceptación de una serie de normas comunes que tratan de paliar la enfermedad y sus riesgos en tanto se encuentra la inmunización adecuada.

La competencia en el necesario reordenamiento mundial ha de comenzar pues por la solución científica, la única capaz de devolver o asegurar la salud. A partir de esto, o en paralelo, hay que ocuparse de la sociedad y de la economía, víctimas también de esta lacra, y de repensar la política, en general falta de liderazgos capaces de confrontar con eficacia y dentro de la democracia las graves crisis que padece el planeta.

En el caso del coronavirus se intenta buscar un remedio que nos permita retornar a lo que se considera normalidad social. Para lograrlo, según acaba de publicar la revista científica "American Journal of Preventive Medicine", la vacuna habrá de ser al menos un 80% efectiva una vez inoculada al 75% de la población mundial. El informe se basa en un nuevo modelo computacional, el más preciso de los realizados hasta el momento. Esa es la realidad de la cuestión.

En un encuentro indagatorio con el cirujano Javier Cabo Salvador, catedrático en Ingeniería e Investigación Biomédica, profesor en varias universidades internacionales, miembro de la New York Science Academy, me anunció que en el caso de éxito en los ensayos clínicos de las vacunas en desarrollo aún faltarían muchos meses para que las mismas puedan comercializarse y estar disponibles en el mercado.

Según la explicación del científico, "se están realizando estudios para determinar qué tipo de respuesta inmunitaria tenemos frente al coronavirus actual y cómo se pueden medir los anticuerpos específicos mediante pruebas serológicas -estudio químico y bioquímico de los sueros, especialmente del suero sanguíneo- y ver si desarrollamos memoria inmunológica para combatirlo". Estos resultados pueden resultar determinantes para entender mejor la epidemiología de la enfermedad y tratar de predecir cuál puede ser su evolución a corto, medio y largo plazo y saber la posibilidad o no de una reinfección". Esto requerirá un tiempo impredecible con exactitud.

Lo apuntado nos alerta sobre la dudosa credibilidad de las abundantes, divergentes e imprudentes manifestaciones acerca de hipotéticos plazos para poder utilizar medicamentos o vacunas realmente efectivos. En mi opinión, declaraciones cuando menos sospechosas de responder exclusivamente a intereses mercantiles o políticos.

Por su parte, Javier Cabo Salvador trata de contribuir a la investigación elevando a la crítica y reflexión de sus compañeros más cualificados en inmunología y virología la posibilidad de que la terapia de inmunoadsorción -aplicada en casos de miocardiopatía dilatada u otras enfermedades con alta carga inmunológica- pueda ser efectiva como tratamiento coadyuvante en el manejo de pacientes con enfermedad pulmonar grave con alta carga viral y patología severa inflamatoria, y/o como uso compasivo, en los que no sea posible, factible o indicable la intubación y ventilación mecánica asistida, por insuficiencia respiratoria severa ocasionada por la infección coronavirus. Es decir, propone que sus sugerencias sean discutidas, valoradas y sometidas a los correspondientes estudios en casos de pacientes en los que pudieren fallar los tratamientos estandarizados y bajo la supervisión por los comités éticos hospitalarios y de la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios. Toda una lección de comportamiento.

Presionar para que salga una vacuna, mentir plazos y efectividades, resulta inútil. Los medicamentos requieren de ensayos que respalden su eficacia. Las actuaciones deben seguirse con rigor y en toda su amplitud en cada una de sus fases, hasta lograr una fabricación del remedio, contrastada, aceptada, suficiente, masiva y asequible para todos, sin excepciones. En el mundo científico hay referencias éticas muy replicables, exigibles a la política, a los negocios y en todos los órdenes sociales.

Curarse será posible pero, hasta entonces, para vivir cada día con o sin virus, hace falta una solución más amplia que la que erradique el coronavirus, una que nos dote de sentido común y capacidad de entender a los demás. Podría denominarse vacuna COVID-A, que inculque una suerte de nueva filosofía, una nueva forma de comportarse que reclama más humanidad, profesionalidad, democracia, transparencia y honradez en la vida pública y en la economía, verdad, liderazgos serios, formación, comprensión, reconocimiento, soluciones, colaboración y solidaridad social, justicia, igualdad, generosidad, consumos racionales y control de la explotación de recursos naturales, prevención del cambio climático, erradicación de la amenaza nuclear, eliminación de las mafias y de las amenazas terroristas, y respeto por los más débiles: mujeres, refugiados, niños, ancianos, enfermos; oportunidades para los jóvenes y emprendedores, etc. Todo puede llegar desde una actitud ética como la de los científicos ejemplares.

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