En muchos pueblos de nuestro país todavía es frecuente, en las épocas en que el buen tiempo lo permite, ver a personas sentadas en sillas dispersas en las puertas de sus casas entretenidas en sencillas tareas manuales o/y charlando sobre los temas que les resultan más interesantes. La modernización de los estilos de vida, las reformas de las viviendas de solo planta baja de los pueblos por las construcciones verticales de pisos ha hecho desaparecer en gran medida esa costumbre tradicional que consistía en «sentarse a la fresca a 'raonar'». Esa fue la descripción de la actividad que me hizo una señora de un pueblo próximo hace ya tiempo y que me obligó a reflexionar sobre los valores sociales e intelectuales que aportaba esa costumbre. Pienso que ese 'raonar' tiene el significado de exponer y argumentar, de poner en común opiniones para ser contrastadas por los interlocutores; además de relatar o describir sucesos o de dar noticias o transmitir chismes. 'Raonar' a las puertas de nuestras casas ha sido, desde siempre, lo que podríamos considerar un antecedentes de lo que han sido y (espero que sigan siendo) las tertulias.

Parece que las tertulias como fenómeno social conocido comenzaron hace mucho tiempo, entre intelectuales o al menos gentes 'ilustradas' que se reunían en pequeños grupos para discutir problemas políticos o culturales en lugares públicos, cafés o lugares especiales, quizás incluso en alguna parroquia. En España, que se sepa, ya desde el siglo XVIII se reunían personas de alguna relevancia literaria o política y de las que, desgraciadamente, hoy no existen registros, sonoros ni impresos, de lo que allí sucedía. En nuestro tiempo, las tertulias, lógicamente, desaparecieron totalmente en el periodo de la dictadura; y es que cualquier reunión podía entonces ser un germen de desarrollo de la inteligencia y por lo tanto de revolución a cualquiera que fuera la escala. La televisión en los últimos sesenta años vino a intentar sustituir las necesidades de comunicación entre ciudadanos y, por eso, tras la muerte del dictador, las reuniones de coloquios y contraste de pareceres tardaron bastante en aparecer de nuevo; en los últimos tiempos, anteriores a la pandemia en toda España y sobre todo en la Comunitat Valenciana, habían surgido bastantes iniciativas de tertulias que reunían a diferentes colectivos interesados en recuperar la capacidad de saber, discutir y contraponer ideas. Pero la pandemia lo paró todo.

Las tertulias son siempre un suceso efímero que solo deja huellas en la memoria próxima de los tertulianos. Y, sin embargo, esa actividad social existe y se mantiene (o renace) a lo largo del tiempo sin que nadie obtenga un beneficio material por participar u organizar tales eventos. ¿Cuál es, entonces, la justificación de esa actividad a la que me permitiría atribuir la cualidad de adictiva para muchas personas que son fieles a las sesiones a lo largo de periodos de tiempo a veces muy prolongados?

Me voy a permitir algunas reflexiones respecto a los recursos y comportamientos de las personas que participan (que participamos, también debería matizar) en esas reuniones de parloteo, con contenidos profundos o triviales, en los que se suman de manera muy fiel muchas personas.

Conocimiento y sentimiento. Se conoce algo cuando se está en condiciones de explicarlo a otra persona. La inteligencia es un fenómeno dialectico: se saben bien solo las cosas que se es capaz de explicar a otro. Las ideas no expuestas y argumentadas suelen ser solo 'sentimientos' no interpretados. Aunque se tenga la sensación de que se conoce algo, ese conocimiento no es completo en tanto no se sea capaz de ser comunicado.

Pero el hecho de comunicar es, por sí mismo, una práctica para alcanzar el conocimiento en tanto que la voluntad de relatar y argumentar frente a otro nos obliga a profundizar en los conceptos. La introspección es, en cierta manera, un sistema mediante el cual explicamos a 'otro' (que somos nosotros mismos) las ideas para de ese modo llegar a su mejor interpretación. Mi propia experiencia como docente durante muchos años me permite afirmar que en muchas ocasiones he llegado a entender mucho mejor algunos temas de las materias que he explicado sólo después de haber tenido que exponerlas en el aula.

Viene esto a cuento de que el fenómeno tertulia tiene su explicación y justificación por la rentabilidad intelectual que representa para los tertulianos la exposición de un tema por algún ponente con la oferta abierta -sin restricciones y en un ambiente de respeto mutuo exquisito- a todos los participantes en la propuesta, contraposición de ideas e incluso de respetuosas descalificaciones a lo expuesto. Como hemos señalado, la tertulia es un fenómeno efímero en sí, pero en su desarrollo existe generalmente un tiempo de lucidez (o de deseo de alcanzarla) que proporciona chispas de satisfacción a los tertulianos.

Paciencia, pues. No serán posibles nuevas tertulias hasta que la pandemia sea controlada. Los medios alternativos telemáticos son muy válidos para asuntos tecnocráticos académicos o políticos, pero todavía la pantalla no sustituye al calor de la proximidad humana. Seguimos siendo la misma especie que se reunía junto al misterioso fuego dentro de la cueva o a la puerta de la barraca, oyendo y tocando al vecino. Pero la telemática, pese a que ya es herramienta rutinaria en los medios académicos, no parece, por lo que sabemos, que haya llegado a ser aceptada como herramienta para sustituir a las cálidas tertulias.