Lo que la pandemia desnudó. La pandemia desnudó un modo de hacer justicia en permanente cuarentena, generando la necesidad de observar la realidad y de incorporar el «saber escuchar», aprovechando que las mascarillas nos tienen tapada la boca, valiéndonos de instrumentos creativos que permitan el acceso a todos, superando la brecha digital que aún provoca mayor ineficiencia (Sergio Valls, Director del Centro Estatal de Mediación, Conciliación y Justicia Restaurativa del Estado de México).

Entre los días 20 y 29 agosto acaba de celebrarse en la XVI Congreso Mundial de Mediación en México, impulsado por el doctor Jorge Pesqueira, precursor de la Mediación y la Justicia Restaurativa en México, y con la intervención estelar del Premio Nobel de la Paz 1980, Adolfo Perez Esquivel. Con más de mil congresistas, 95 expertos de 16 países del mundo hemos estado debatiendo sobre cuestiones que tienen que ver con la mediación a alto nivel desde la perspectiva internacional, epistemológica, estratégica e instrumental en los campos de la educación, la familia, la comunidad, la seguridad pública, la salud o la justicia.

La obligación del Estado de procurar el acceso a justicia, posibilitando respuestas rápidas y en los espacios adecuados, no necesariamente judiciales, no agota el acceso a la justicia, que puede llevarse a término por todas las vías por las que la justicia transita (Carmen Battaini, Presidenta del Superior Tribunal de Justicia de Tierra del Fuego en Argentina). La reinvención exigible de la justicia debe producirse en dos frentes: a) Un poder judicial accesible, plural y representativo para garantizar los derechos fundamentales, desarrollando mecanismos dialógicos y de capacitación ante la complejidad de los nuevos derechos; y b) Reconocer la experiencia de la justicia comunitaria, donde han florecido prácticas mediadoras y restaurativas como modelo de una justicia más popular, directa y participativa. Justicia en, para y por la comunidad (Glaucia Foley, Juez Coordinadora del Programa de Justicia Comunitaria del Tribunal de Justicia del Distrito Federal y Territorios en Brasil). Muy cercana tenemos la experiencia de nuestro Tribunal de las Aguas de la Vega de València. Si el orden establecido se contiene en normas predeterminadas, nada impide que la sociedad puede incorporar en el sistema de juzgar el empoderamiento de las partes, la transparencia del encuentro, el control de la resolución que provoque paz social y su propia forma de resolverla sin interferencias, pues una sociedad se define según como resuelve sus conflictos (Eduardo Germán Bauché, Magistrado Jefe de la Defensa Pública del Departamento Judicial de Lomas de Zamora en Argentina). Resolver conflictos es, por tanto, ofrecer justicia y, aunque el diálogo es un camino lleno de obstáculos, la mediación se convierte en una ciencia emergente del diálogo social, que sitúa a las partes en situación de igualdad, siempre que acepten el sistema y se sometan al tercero imparcial, respetando los derechos de todos (Héctor Hernández, Magistrado del Tribunal Superior de Justicia de México y Consejero de la Judicatura hasta 2015).

En ese contexto presenté la ponencia «Justicia subversiva para tiempos de pandemia», ajustada a las experiencias que, desde los distintos países concurrentes, llegamos a compartir como elemento común: la ineficiencia de la justicia formal, que ha sido objeto de una profunda reflexión, tras el agravamiento derivado de la situación de pandemia en que la humanidad se encuentra. Frente a tanta coincidencia no puede la justicia de este ni de ningún país entender que la mediación sea sólo un modo de aligerar la justicia ordinaria, sino una vía de construcción de paz, un mecanismo plenamente legítimo para ofrecer justicia dentro de un sistema judicial amplio y representativo. En tiempos de ambigüedades e incertidumbre debemos ser conscientes del potencial que cada uno tenemos. Descubrir que no existe crisis de autoridad en la justicia sino de alteridad (Glaucia Foley). El sistema medial ofrece la posibilidad de conseguir de las partes su mejor versión, otorgándoles la posibilidad de encontrar soluciones. El método más económico de aprender a ser justos. Acostumbrados a delegar nuestras decisiones más confrontativas en un tercero, a quien se le atribuye el patrimonio de la verdad mediante un sistema de toma de decisiones, en el que en muchas ocasiones no se llega a entender siquiera la controversia; nos cabe rebelarnos, es decir, convertirnos en «subversivos» del orden judicial exclusivo en los términos en los que está concebido («subvertir» en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua significa «alterar algo, especialmente el orden establecido»). Es decir, podemos y debemos enfrentarnos por todos los medios a nuestro alcance, desde la humildad y el respeto a todos, a estructuras que limitan nuestra capacidad de negociar, de buscar soluciones, de ofrecer respuestas, de salir airosos, que es lo mismo que encender una luz por escasa que sea. Ser subversivos implica defender e incorporar sistemas de resolución que no necesariamente tengan que ver con el ofrecido institucionalmente. Y ello porque somos capaces de generar espacios de encuentro y diáligo en los que la resolución del conflicto permita la pacificación de situaciones de largo y profundo enfrentamiento. El sistema de justicia tradicional en todos los países ha estado llamado a ser el único para resolver conflictos. Mientras no consigamos que en la misma mesa se puedan sentar todos aquellos que ofrecen soluciones pacificadoras sobre la verdad, no conseguiremos que los sistemas de justicia alcancen un estado de salud satisfactorio. Soy consciente de los esfuerzos que se han hecho y se están haciendo en este país y en tantos otros. Fruto de la pandemia, se han encendido alarmas ante la amenaza de un colapso sistémico del modelo vigente. Frente a las dificultades, somos capaces de encontrar alternativas creativas sin desmerecer ni perjudicar los derechos de nadie. A través de la mediación se pueden ofrecer soluciones complejas que resuelvan situaciones mucho más profundas que las que aparecen a primera vista. Desterrar la cultura de que siempre hay que dominar y vencer al adversario.

Para revestirnos de subversivos necesitamos disponer de papeles diferentes, instrumentos nuevos, capacidades enriquecidas, confianza institucional, liderazgos sociales en la actualidad tan escasos, instrumentalizados y dispersos, que culminen la reinvención de sistemas diferentes para resolver enfrentamientos. Si seguimos haciendo lo que siempre se ha hecho, seguiremos produciendo lo mismo de siempre. Para ello, la primera exigencia, que se convierte en presupuesto ineludible, se encuentra en la formación/capacitación para entender que con posiciones irreductibles e intransigentes con la realidad se atenta contra las personas, los tiempos y la justicia. La imprescindible formación a través de la innovación tecnológica, la educación personalizada y la ruptura del espacio físico, puede provocar la deshumanización educativa preconizada en el Informe Delors (1996). Se puede recuperar la humanización a través de la mediación, pues la respuesta justa se acerca más a la verdad de las partes, quienes a su vez descubrirán que mejora su pensamiento crítico, su comunicación, su creatividad, su tolerancia y su comprensión. Se trata de la vivencia de la justicia. Si somos capaces de prestar justicia ofreciendo pacificación en las relaciones personales de cualquier orden, tendremos la satisfacción de sentir que hemos devuelto la dignidad a quien la sentía perdida, frente a quienes se esconden en la tiniebla, lo ambiguo y anónimo, derivado en ocasiones del desprecio al diferente.

Con todo ello no hacemos más que alinearnos con la propuesta del gran pacto mundial para 2030, reflejada en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y muy particularmente en el objetivo 16, que propone «promover sociedades pacíficas e inclusivas para un desarrollo sostenible, proveer acceso a la justicia para todos y construir instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles». Pero también cooperará a la buena salud, pues la injusticia es tóxica (objetivo 3), a través de una educación de calidad (objetivo 4), con eficacia para la reducción de las iniquidades (objetivo 10), que no pueden desvincularse del objetivo 17, tendente a la creación de alianzas para la consecución de todos los objetivos y sus correspondientes metas. El derecho a una vida feliz también necesita de las capacidades de indignación, de resistencia y de ensoñación. La rebeldía, en suma, frente a situaciones incomprensibles e ineficientes. Como escribió Gioconda Belli, «así fue como proliferaron en el mundo los portadores de sueños. Los llamaron ilusos, románticos, pensadores de utopías. Nosotros sólo sabemos que los hemos visto y que la vida los engendró para protegerse (y añado, para protegernos) de la muerte». Recordando a Pepe Mújica durante su estancia en València para recibir el Premio Derechos Humanos de Fundación por la Justicia: «No aspiro a que piensen como yo, sólo a que piensen».