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Alfons García03

La red social

La sala de espera del médico es uno de los lugares donde la experiencia de vivir se siente más próxima. Quizá porque se advierte la fragilidad de este extraño tinglado de la existencia. Un anciano con andador pasa por delante y se sienta dos sillas más allá. Tiempos sin proximidad. Le pregunta a su hija por la nieta, que acaba de irse a una universidad en Madrid y vive en una residencia de estudiantes. Se interesa por la compañera de habitación: es china, acaban de conocerse. «Està bé, de veritat, pare». Hay un silencio. Con una voz a la que le cuesta llegar a ser voz le dice a la hija que no se preocupen por el dinero, que no sufran, que cuenten con él. «Tot anirà bé. Jo no necessite els diners. Ho sabeu». La red social en este país es esto. La vida real también es esto, muy distinta de la que encuentras a menudo en las páginas de los periódicos, los telediarios y las tribunas y pasillos de los parlamentos: gritos y crispación.

El hombre habla como hablan los mayores que han ganado una prórroga a la vida: lento y mirando a un punto desconocido, un horizonte invisible e incierto. Asustan las próximas veces que no llegarán. Algo así debe pensar mientras calla y mira. Cada vez que decimos lo haré la próxima vez nos estamos apropiando de un reloj que no es nuestro. No hay espacio más acotado por el tiempo que la política, constreñida entre periodos electorales que deciden la supervivencia. Y sin embargo, pocos espacios hay donde los protagonistas se sientan tan pronto perdurables, imprescindibles. Entonces empiezan a encerrarse en sus equipos y sus discursos. Sus proyectos de ley y sus planes estratégicos. Empiezan a hablar con los socios a través de los medios de comunicación antes que personalmente. Las diferencias se convierten en altos muros. Empiezan a perder perspectiva de lo que costó llegar hasta aquí. De la calle.

No es buen síntoma cuando el ambiente tóxico alcanza a los medios de comunicación. Y hay días en este tiempo convulso que el repaso ala prensa se atraviesa en la garganta. «Instalados en el caos», sobre el rostro de Pedro Sánchez. «Desgobierno», con grandes tipos en una portada. Dice Pablo Iglesias que esa agresividad refleja «la resistencia de quienes han patrimonializado el Estado siempre» a que gente como la de Podemos esté en el poder, algo que parecía prohibido. Por eso, afirma, «la propaganda de guerra». No dice que él también tiene su propia división mediática digital, alguno creado incluso por reconocibles exasesoras. Puede que no sea comparable por peso, pero los fines y los estilos no difieren mucho. En ese esquema hay un magma periodístico que para unos será (seremos) perpetuadores del régimen del 78 y, para otros, aliados de los colectivistas. Mal tiempo para escapar de las etiquetas.

El anciano permanece con la mirada fija en algún lugar lejano. Suena el móvil. Es un wasap de un amigo, ahora convencido negacionista. Dice que estamos en una dictadura. Quizá la pandemia no sea lo peor frente a un clima tan polarizado y despiadado. Faltan puentes. Sobran francotiradores. Falta calle.

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