Disculpas por la nota personal, pero reconozco que a los setenta años, todavía no he conseguido superar los destrozos familiares, vividos de adolescente, consecuencia de una deuda que mi padre, trabajador incorregible, asumió. Trabajamos duro para lanzar una empresita que nunca tuvo más de dos trabajadores (start up la llamaríamos con la pedantería actual). Supongo que freudianamente ello puede explicar que durante diez años me haya escandalizado la deuda que la Generalitat Valenciana (GV) iba acumulando. Desgraciadamente hemos entrado en la crisis de la covid con una deuda del 42,2% de nuestro PIB, mientras que el promedio de comunidades autónomas (CC AA) lo ha hecho con el 24,1%. No conocemos los datos del segundo semestre pero su crudeza se intuye. La formidable «deuda de covid» será una gruesa y última capa de las muchas capas de deuda acumuladas en la historia reciente. En el ámbito político, el President Puig y el Conseller Soler, y en el ámbito de asesores un grupo de profesores de la Facultad de Económicas, decidieron que mientras la GV no recibiera la financiación que pensaban merecida, habría espacio para endeudarse año a año. En otras palabras decidieron gastar más de lo que recibíamos. Aquellos mismos que habían aceptado y votado un modelo de financiación, decidieron que era profundamente injusto y que no iban a gobernar solo con los recursos que aquel le proporcionaba. La deuda iba a ser la suma de los sucesivos déficits que se programaban cuidadosamente. Además del recurso a una deuda que como no podía ser de otra manera, llegaba en forma de préstamos que conoceríamos como FLA, la GV pagó a sus asesores sucesivos informes sobre los efectos deletéreos del modelo que servía para repartir los ingresos recaudados por el gobierno central entre las CC AA. Unas comunidades los leyeron con respetuoso silencio, al igual que los distintos gobiernos centrales, pero obviamente todos los guardaron en el correspondiente cajón, ya que nadie estaba por la labor de reducir sus propios presupuestos en favor de otros, en este caso, los valencianos, en tiempo de crisis. En realidad el diseño territorial español es muy deficiente, casi tóxico, aunque ningún partido democrático quiera o pueda enfrentar su reforma, con el riesgo que supone lo que puedan proponer VOX y otros populismos periféricos. Para quien se metió voluntariamente en el jardín de la discusión de la financiación autonómica tenía una cierta racionalidad plantear que si Puig y su equipo (o quien democráticamente accediera a la GV) consideraban que no disponían de recursos para afrontar las obligaciones derivadas del Estatut, lo más razonable era devolver algunas competencias, para ver cómo se las apañaba el gobierno central. Han sido años de ser considerado un mal valenciano, un centralista, prácticamente un cobrar por no luchar para que los valencianos recibieran lo mismo que el resto de españoles. Hablar de devolver transferencias era un acto de lesa deslealtad y por ende objeto de chanzas y descalificaciones.El camino que se siguió fue el de organizar desde la GV manifestaciones, por cierto más bien magras de público, el uso de la financiación como gran argumento político-electoral, la petición constante de más FLA y así hasta que llegó covid y mando parar. El modelo de financiación, la capacidad de endeudamiento, el propio papel de la CCAA todo ha saltado por los aires pero lo más triste es que a nosotros, fruto de la política de mantener una deuda por encima del resto de CC AA nos deja en una situación mas débil y necesitada. Desgraciadamente el President y su equipo no estuvieron acertados, pero esto ya es pasado, ahora necesitamos enfrentar el futuro. Asediados por un lado por las curvas de infectados que no se aplanan del todo, y por otro por las generaciones de jóvenes que necesitan tener alguna referencia sobre su futuro, es imprescindible que reconozcamos las reales posibilidades que podemos esperar del actual modelo autonómico, cuyo paradigma está siendo lo que llamamos Comunidad de Madrid que como en otros países no debería pasar de ser una especie de distrito federal. La capa extra de deuda generada por la covid debería llevarnos a abrir una reflexión sobre la justicia generacional donde cada una y no sólo la de los jóvenes cargue con su parte justa en la deuda pública, al tiempo que la GV se plantea nuevas metas como por ejemplo la reducción de todo su gasto improductivo. ¡Seny!