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Punto de vista

Con pasión

ún inmersos en este tsunami llamado Covid y después de la gran sacudida que esta situación ha supuesto en nuestras vidas, me resulta imposible creer que no hayamos aprendido a valorar lo esencial. Nuestras necesidades básicas han continuado cubiertas y las instituciones han permanecido a flote. La sanidad, la educación y hasta la economía van soportando el chaparrón y buena parte de los ciudadanos han podido salir más o menos airosos de semejante "revolcón".

Sin embargo, las cifras de personas apáticas, irascibles, depresivas o ansiosas aumentan en España cada año. Observo muchos perfiles y no deja de sorprenderme: personas con salud, trabajo, familia? que a pesar de todo viven sin ilusión. Han perdido la pasión; esa energía que nos estimula a actuar, han olvidado el bello oficio de vivir con entusiasmo. La pasión de manera individual nos impulsa a luchar por nuestras metas, a modo colectivo conduce al desarrollo de la sociedad. Escritores, pintores, músicos,? artistas en general, científicos, inventores? todos ellos basan su inspiración en la pasión y en la fuerza que les suscita su arte. Todos ellos viven desde la presencia, requisito fundamental para crear.

Se me antoja hablar hoy de cómo recuperar esa pasión, esa pasión que no debe quedar tan solo en lo extraordinario, y que justamente es la solución encontrada por muchos de nosotros. Ante vidas vacías, vidas sin sentido surge la búsqueda de grandes experiencias como "chute de serotonina". Experiencias, en muchas ocasiones, relacionadas con lo superfluo y que llegan con fecha de caducidad. La clave, al igual que con los artistas, vuelve a estar en la "conexión"; por eso disfrutamos con pasión los viajes, los deportes de riesgo, los espectáculos en general. Ante ellos mostramos una mirada de principiante y estamos abiertos a sentir y a emocionarnos. No obstante, pienso que cada momento de nuestra vida debería ser una oportunidad para construir algo nuevo, cada día debería ser un motivo de celebración, lo cotidiano puede y debe llegar a ser apasionante.

Es ahora cuando me remito a una hermosa frase del Dalai Lama "si quieres que otros sean felices practica la compasión, si quieres ser feliz tú mismo, practica la compasión". Desde esta premisa, abogo por una pasión compasiva. Reivindico vivir con pasión sin olvidar la compasión. Reivindico la compasión entendida como empatía e interés por el bienestar del otro, compasión que nos invita a implicarnos desde la honestidad para comprender y ayudar a los demás. La excelente noticia es que hacer el bien ocasiona beneficios; hacer el bien genera oxitocina; ese "subidón" que produce un gran poder sanador para quien la practica, un "subidón" similar al que experimentamos cuando vivimos la vida con pasión.

Únicamente atendiendo a los otros, podremos soltar ese ego en exceso que nos esclaviza y nos obliga a adorar lo material y a vivir siempre esperando más. Únicamente soltando el ego podremos ser más libres y desde esa libertad conectar con el otro y recuperar el sentido de nuestras vidas. Si lo conseguimos, probablemente habremos encontrado el equilibrio que ahuyente para siempre la desidia como forma de vida habitual.

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