La palabra paz proviene del latín 'pax'. Es lo opuesto a la guerra, al enfrentamiento, a la lucha, al conflicto. La Paz se fundamenta en principios y valores como el «respeto al otro como legítimo otro» que diría Maturana, la justicia y equidad, la claridad y la veracidad, la libertad, la confianza.

Pero, ¿qué sucedería si todos siguiésemos estos principios en nuestra relación con los demás? Pues que no habría discriminaciones, no habría abusos, no habría agresiones, no habría brutalidad, no habría seguramente tantos acumuladores de poder o dinero. No habría mafias, ni chantajes, ni corrupción. Habría paz, alegría, amor. Pensaríamos más en el otro, nos apoyaríamos más, colaboraríamos todos en ir haciendo un mundo mejor. Nuestros egos tendrían menos poder y así el «yo» pasaría a ser el «nosotros».

¿Utopía o posible realidad? Aquí, a todos nos viene a la cabeza el debate Hobbes-Rousseau. ¿El ser humano, en su naturaleza, es intrínsecamente malo y violento (lobo-Hobbes) o es la sociedad la que nos va corrompiendo (cordero- Rousseau)?

Sin duda es un interesante cuestionamiento que a lo largo de los años se ha ido inclinando hacia uno u otro lado. Es significativa la aparición de la antropóloga Margaret Mead quien ya en la 2ª mitad del siglo XX, a partir de su vivencia en Samoa llegó a manifestar y asegurar en base a sus supuestas investigaciones que «la guerra es solamente una invención» y «el estado natural del ser humano es la paz». Se descubrió posteriormente que sus investigaciones no tenían ninguna validez científica.

¡Qué lástima! ¡Hubiese bastado con volver al origen!

Mi opinión es que el ser humano, cada uno de nosotros, en su evolución, va potenciando el papel y actividad del neocórtex (la parte más «nueva» de nuestro cerebro) y «serenando y apaciguando» a nuestro querido reptiliano, nuestro antiguo cerebro instintivo siempre presto a defendernos de nuestros enemigos, de los peligros y amenazas, de todo aquello que pueda afectar a nuestra supervivencia.

Y esta evolución, esta culturización y socialización nos hace sentirnos más humanos, más sociales y por ende nos incita, ejercitando nuestro «pensar antes de disparar», a ser menos agresivos y a tener más en cuenta al otro y a sus circunstancias.

Las cifras nos indican que en general parece que avanzamos hacia la paz, nos alejamos de la barbarie aunque de tanto en tanto aparezcan rebrotes que tratan de combatir el optimismo al respecto.

La UNODC (la oficina de Naciones Unidas contra la droga y el delito) nos señala que los muertos por violencia humana (guerras + crímenes) han ido disminuyendo en los últimos años (de 620.000 en 2012 a 540.000 en 2018).

Por otra parte, Harari nos señala que por diabetes fallecen millón y medio de personas al año.

Pero la barbarie no se refleja solamente a través de golpes, puñaladas, asesinatos, sean realizados por simples ciudadanos, marido o por las denominadas «fuerzas del orden» (que muchas veces son conveniencias de determinados grupos de poder más que un orden social que nos beneficia a todos).

La barbarie o falta de paz también aparece en el lenguaje, justo el factor clave diferencial entre la especie humana y el resto de los seres vivos.

Y el lenguaje crea realidades y condiciona comportamientos. Y hoy en día, el nivel de agresividad del mismo es tal que a muchas personas les impide disfrutar de un estado emocional en el que reine la paz. ¿Es que te puedes sentir en paz ante expresiones que denigren tu propia identidad, ante exabruptos que agreden tu sensibilidad, ante mentiras repetidas que contradicen la lógica y el sentido común, ante amenazas que meten el miedo y la desconfianza en el cuerpo?

Y también podemos mencionar un matiz del lenguaje que se extiende a comportamientos: la vulgaridad. Simplemente una reflexión al respecto: ¿puede el ser humano avanzar hacia la paz, como ser social libre al cual se le exige respetar para asimismo ser respetado, si cada vez existe un mayor desprecio por la cultura, el conocimiento y la ciencia?Esa barbarie que como señala Javier Gomá es la que manifiestan «ciudadanos liberados pero no emancipados, personalidades incompletas, no evolucionadas, instintivamente autoafirmadas y desinhibidas del deber».Progresamos hacia la paz a pesar de la difícil realidad que vivimos. Una realidad que cada uno de los 7.500 millones de seres humanos la vive, la sufre, la goza de forma muy diferente.

Y es cuestión no de luchar por un mundo en paz sino que cada uno de nosotros seamos conscientes de nuestra gran responsabilidad de «trabajarnos» para sentir la paz adentro de nosotros y así infundirla, transmitirla, contagiarla a todos los que nos rodean.Misión retadora y apasionante. Convirtámonos en transmisores, inspiradores y ejemplificadores de la paz. El lema de Fundación por la Justicia sigue siendo: «Queremos la Paz trabajamos por la Justicia».

John Lennon cantaba «Imagínate a toda la gente viviendo la vida en paz».