Algunos padres y madres, y muchos abuelos, esperan guardando distancias y protegidos por mascarillas en las puertas de los colegios hasta recoger a los niños. Poco a poco entramos en la fase de la nueva normalidad. El uso de la mascarilla ya es normal; la separación física ya es normal y los saludos en la distancia ya son normales. Los niños y niñas salen debidamente separados, disciplinadamente, atendiendo con responsabilidad las indicaciones de sus maestros. Todo comienza a parecer normal; todos hemos asumido que esta es una guerra que va para largo y que el maldito bicho invisible ha inundado el planeta entero. En un mundo donde triunfa la globalidad, las epidemias han de ser globales. Después ya se apañará cada ciudad o cada ciudadano, al que si es preciso se le carga de responsabilidad en ausencia de responsabilidades mayores. Ahora hay investigadores que se preguntan sobre la fuerza oculta que mueve, no al planeta, sino a la Vía Láctea. Recuerdo que hace muchos años un joven maestro explicaba a sus alumnos de segundo de Primaria los movimientos de rotación y traslación de la Tierra alrededor del Sol. Gerardo, un niño de ocho años, lector empedernido, alzó la mano disciplinadamente y se dirigió al joven maestro: -Usted dice -entonces a los maestros se les hablaba de usted- que la Tierra da vueltas continuamente alrededor del Sol pero, ¿qué fuerza es la que impulsa ese movimiento? El maestro, que nunca se había hecho esa pregunta y que nunca la preguntó, tragó saliva. Salió a su rescate Cipriano, un compañero de Gerardo. Levantó la mano con ansiedad y con entusiasmo dijo: -Lo sé, yo lo sé. Cuando la Tierra se acerca al Sol se quema y sale corriendo€

Ahora nos preguntamos las razones de esta nueva normalidad; la fuerza que impulsa a asumir que tapen nuestras bocas y narices, nuestra sonrisa o nuestra tristeza. «Es lo que toca», nos decimos unos a otros. «Hemos de ser responsables », afirmamos la gran mayoría. Un espíritu de resignación ante los caprichos del destino. ¿Quién nos iba a decir que viviríamos en nuestra realidad lo que parecía de película de ciencia ficción? Uno se pregunta si en la sociedad hay muchos como el niño Gerardo Hernández que iba mucho más allá y que preguntaba sobre afirmaciones emanadas de la autoridad del maestro. ¿Qué fuerza impulsa a la Tierra a dar vueltas continuamente, cavilaba con toda intención aquel destacado alumno? Si todo cuerpo se mueve por la acción de una fuerza, al investigador Gerardo, con ocho años no le cuadraba que existiera una fuerza capaz de mover todo un planeta suspendido en el firmamento. ¿Dónde estaba esa fuerza? Nos miramos resignados mientras los noticieros hablan de cifras alarmantes. Una vez destilada la información de los crecientes contagiados y muertos, no hay espacios para la reflexión o el debate. No hay un Gerardo que se pregunte qué hay más allá de las estadísticas, que pregunte sobre la gestión y los responsables, lo que pudo haber sido y no fue, o lo que debe hacerse y qué medios deben acompañarlo. De momento, en las puertas de los colegios los padres y madres, escasos, y los abuelos y abuelas, casi todos -otra pregunta- se saludan de lejos, con la boca tapada, normalizados