Los médicos de atención primaria (AP) soportan un gran peso asistencial desde que se inició la pandemia por el coronavirus, una sobrecarga que no les resulta nueva porque este sector de la medicina pública sufre un excedente asistencial desde hace años, sin que la administración haya resuelto aun sus reivindicaciones. El problema de la covid-19 sólo ha sido una carga más a soportar por este baqueteado colectivo que trabaja en una lamentable precariedad de recursos, sobre todo humanos. Los problemas de la AP en tiempos de pandemia son los mismos que arrastra desde hace decenios (sólo que sumados a los propios de la covid-19) por ser el sector más penalizado de la sanidad pública, un patito feo acostumbrado a funcionar con muchas carencias cuando debería ser la joya de la corona por ser el primer punto de contacto de los ciudadanos con el Sistema Nacional de Salud.

Si retrocedemos en el tiempo, encontramos en la medicina rural los orígenes de la actual Medicina Familiar y Comunitaria. Sus profesionales eran unos funcionarios que hasta hace bien poco (me remonto a finales del siglo XX), trabajaban con una injusta precariedad -muchos médicos rurales tenían que comprar de su bolsillo el fonendoscopio y hasta los depresores para explorar gargantas- desde su plaza de médico titular de un pueblo, donde atendían la consulta diaria, las visitas domiciliarias, las urgencias 24 horas del día (todos los días del año), las inspecciones sanitarias de salud pública, el registro semanal de enfermedades transmisibles y las encuestas epidemiológicas, también labores de medicina legal y forense, y si era necesario incluso atención de partos. En las capitales y en los pueblos grandes, los médicos eran más afortunados y trabajaban sólo ocho horas diarias en los ambulatorios de la Seguridad Social surgidos al inicio de la segunda mitad del siglo XX.

Pero a día de hoy, incomprensiblemente, aún se trabaja en precario en la atención primaria al estar infradotada, sobre todo de recursos humanos. Muchos médicos de primaria están hoy quemados por un problema que viene de lejos y que la covid-19 sólo ha conseguido empeorar. El estrés de estos profesionales propicia un 'burnout' que merma su rendimiento y les predispone a sufrir trastornos depresivos reactivos.

¿Tan ciegos han estado los gestores de la salud durante decenios al no darse cuenta de que la atención primaria es el cimiento que sostiene a la sanidad, y pese a ello dedican generosas partidas a la medicina hospitalaria mientras que en primaria se trabajaba en precario, con consultas masificadas y con agendas repletas?

¿Tan ciegos están quienes permiten que las puertas de urgencias hospitalarias se saturen, en parte por los pacientes que acuden a resolver un simple proceso agudo para el que su centro de salud les ha dado una cita al cabo de varios días?

¿Tan malos gestores son nuestros gobernantes -de cualquier tendencia política- al ignorar que una inversión en atención primaria (sobre todo contratando más médicos) resolvería muchos problemas en los centros de salud, y evitaría que los pacientes fueran a las urgencias hospitalarias a resolver lo que le corresponde a su centro de salud?

Era de esperar que esto reventara algún día, y ese día ha llegado, inicialmente en Madrid al convocarse por Amyts (Asociación de Médicos y Titulados Superiores de Madrid) una huelga de médicos de atención primaria que se iniciará el 28 de septiembre de forma indefinida si la presidenta de la Comunidad no cede a sus reivindicaciones. Los médicos de primaria de Madrid (y de cualquier punto de España) protestan por soportar una «sobrecarga de trabajo con un importante déficit de recursos humanos». Dicen los afectados que «no podemos seguir trabajando en estas condiciones laborales tan precarias. Somos médicos y nos debemos a nuestros pacientes, ya que somos los principales garantes de su seguridad y salud. Los ciudadanos se merecen una atención sanitaria digna y de calidad que en estas circunstancias no les podemos prestar».

La pandemia ha sido la gota que ha derramado el vaso, y lo que ahora sucede en Madrid podría extenderse a toda la geografía nacional si la administración no se da cuenta de lo rentable que sería invertir en AP, tanto para ahorrar en otras partidas como para mejorar la calidad asistencial. La estructura de la actual Atención Primaria y su mejora respecto a los tiempos heroicos del siglo pasado es evidente. Los centros de salud de hoy no tienen nada que ver con los viejos ambulatorios del SOE (Seguro Obligatorio de Enfermedad) ni con los consultorios rurales de antaño. No obstante, y pese a estas incuestionables mejoras, es lamentable que la atención primaria de la salud siga siendo el patito feo de la sanidad pública.