Una ya septuagenaria Coco Chanel, eterno cigarrillo en la boca y ‘tailleur’, posa junto a la modelo americana Suzy Parker vestida con un traje de Chanel en una fotografia de Richard Avedon. Para entonces, finales de los años cincuenta del siglo XX, la diseñadora ha pasado su ‘cuarentena’, el exilio que le llevó a tierras suizas al finalizar la Segunda Guerra Mundial por miedo a que sus amistades y relaciones sospechosas durante la ocupación alemana acabaran delante de un tribunal. Gracias, sobretodo, al consumidor americano la diseñadora ha conseguido de nuevo posicionarse en la primera línea de combate en el mundo de la moda después de los años ostentosos del New Look capitaneados por Christian Dior y compañía. Todavía resuenan algunas de sus maledicencias a propósito de los modistos que habían hecho regresar la moda al Segundo Imperio Napoleónico.

El próximo jueves, 1 de octubre, el Palais Galliera de París, con motivo de su reapertura, acogerá la mayor retrospectiva dedicada a la diseñadora que puso el color negro de moda. La exposición se presenta bajo el titulo ‘Gabrielle Chanel. Manifeste de mode’. La retrospectiva viene a sumarse a este interés por la figura de la creadora que en estos últimos años se ha proyectado con diversas biografías cinematográficas intentando descifrar el enigma de una mujer que comenzó creando sombreros y acabó transformando la silueta de la mujer, haciéndola entrar en la era de la modernidad. Si a eso añadimos su amistad y complicidades con creadores, artistas de vanguardia, intelectuales, etcétera, el retrato acaba ampliándose dentro de esa galería de escogidos que acabaron señalando el siglo XX. Solo hay que revisar algunas de sus piezas creadas en la década de los años veinte para rendirse a su radical modernidad. Aunque solo sea por ese pequeño bolso acolchado al que le puso una cadena de metal para llevarlo en bandolera liberando a las mujeres de los clásicos bolsos de mano.

En tiempos de esta pandemia de nunca acabar -aquí irían bien los versos raimonianos de «quan creus que ja s’acaba / torna a començar»-Coco Chanel vivió esas dos grandes catástrofes que fueron la Primera y Segunda Guerra Mundial y que como ave fénix consiguió resurgir de cada una de ellas. Entre las imágenes de la exposición destaca la de la modelo norteamericana Lee Miller con un vestido de Chanel fotografiada para la revista ‘Vogue’ en el año 1928. Estos días en Movistar he podido ver un documental que bajo el titulo de ‘Lee Miller. Musa y corresponsal de guerra’ retrata la azarosa vida de esta modelo, amante e inspiración del fotógrafo Man Ray, que acabó como fotorreportera por los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial. Su fotografía tomando un baño en la bañera del dictador Adolf Hitler ha dado la vuelta al mundo. Acompañando a los ejércitos aliados, Miller fue testigo de los horrores de la guerra, el descubrimiento de los campos de concentración, la destrucción de ciudades, el hambre, los deportados, etc. Una etapa de su vida que finalizada la guerra guardó en su memoria personal junto a las fotografías del horror. Gracias a su hijo y al documental, este material ha podido ver la luz de nuevo, testimoniando un momento crucial de la historia de la humanidad pero también la creatividad de la exmodelo detrás de la cámara.

Entre nosotros no son pocos los que siguen empeñados en no destapar nuestra caja de los horrores y la abyección a propósito de la crueldad y atrocidades cometidas durante la guerra civil y los ajustes de cuentas posteriores del franquismo. Hace unos días escuchaba al magistrado Joaquim Bosch que «si el franquismo fuera cosa del pasado, no habría tanta resistencia en quitar sus símbolos». A juzgar por algunos de los discursos de Santiago Abascal y allegados, la frase no puede ser más aclaratoria. Por cierto, Abascal tendrá que contratar a un escenógrafo de Hollywood si quiere superar la puesta en escena que la presidenta de la Comunidad de Madrid le organizó a Pedro Sánchez. El desparrame de banderas de Isabel Díaz Ayuso en su encuentro con el presidente del gobierno, como escribía Enric Juliana en ‘La Vanguardia’, «parecía una cumbre bilateral entre España y Corea del Norte».

No voy a incidir en el currículo del día a día de la señora Ayuso a la vista de su capacidad innata para segregar toneladas de información cada vez que abre la boca. Cuando pase un cierto tiempo y sosiego, los que se encargan de analizar con sentido y responsabilidad la crónica política de este primer tramo del siglo XXI ya tendrán ocasión de poner los acentos necesarios a la trayectoria de una gobernanta que ha hecho bandera de la política más desacreditada. Entre nosotros, aquí me refiero a lo que cada día se cuece en Les Corts Valencianes, la cosa tampoco está para tirar cohetes. Solo con leer que Toni Cantó, de Ciudadanos (descentrados, acelerados y desubicados) pide al president Ximo Puig un cambio de socios de gobierno es para echarse a reír o, si lo prefieren, a desternillarse, cuando su partido hasta ahora no ha hecho ascos a compartir apoyos y refuerzos con un partido neofranquista como Vox.

Había comenzado hablando de Coco Chanel. La revolución juvenil de los años sesenta y su proyección en la moda y las costumbres pareció borrar todo aquel universo que había representado Chanel y, sin embargo, medio siglo antes, aquella pequeña mujer, de una forma natural, intuitiva, inició una revolución que nos sigue interpelando en la actualidad.