Uno de los rasgos más destacados de la sociedad de la covid-19 es la incertidumbre. No sólo vamos a vivir consecuencias económicas y sociales por el crecimiento exponencial del paro. Hay una realidad de la que, como país y sociedad, vamos a tener que hacernos cargo y es la crisis de ánimo que estamos viviendo. En cualquier conversación o encuentro con una persona, siempre salen a relucir las mismas expresiones: «Ya veremos qué pasa, esto pinta muy mal, qué triste es todo esto…». Es verdad que vivimos un tiempo diferente y complejo, pero no somos los únicos ni los primeros que hemos experimentado un momento histórico. La historia de la humanidad está cargada de experiencias límite donde se ha puesto a prueba a miles de generaciones. Y en dichas experiencias siempre se han dado destellos de luz, detalles que han iluminado noches oscuras y que han devuelto la alegría y la esperanza en el poder transformador de la realidad que tenemos las personas.

Para ello no voy a recurrir a teorías, a personalidades de épocas pasadas, sino más bien a personas de carne y hueso como usted, que en tiempos de pandemia están sacando lo mejor de sí mismas. Nos cruzamos con ellos por la calle, los conocemos, sabemos de sus acciones y de su historia. Les propongo que ustedes hagan lo mismo analizando su entorno y verán cómo están surgiendo iniciativas de la sociedad civil, de diferente naturaleza y procedencia, que están a pie de obra, combatiendo los efectos perversos de esta situación. Yo les voy a contar tres pequeñas historias porque hoy debemos señalar, concretar y reconocer públicamente los pequeños milagros que se dan a nuestro alrededor.

Hace unos meses, y este periódico ya se ha hecho eco de ello, un grupo de personas de Torrent constituyó una asociación que se llama Solidarios por ti. Tras la convulsión que produjeron las colas del hambre en el mes de mayo alrededor de los diferentes centros de ayuda social como Cáritas, decidieron arrimar el hombro y hoy reparten comida a diario a decenas de familias que viven en la más absoluta pobreza, principalmente familias numerosas y personas mayores que viven solas. Cuando los veo actuar, su entusiasmo, sus ganas, su responsabilidad, siempre me digo para mis adentros: «El bicho no tiene la última palabra, la tiene el amor y la solidaridad».

La otra historia tiene nombres y apellidos: Javi Noguera. En uno de los barrios más conflictivos y marginales de España, el Xenillet de Torrent, lleva años pilotando el Evangélico FC, con niños con pocos recursos, de todas las etnias, colores y procedencias imaginables, para que se enrolen en el mundo del deporte y luchen contra el abandono escolar y la adicción a las drogas. Ha conseguido que chavales que se escapaban del colegio con apenas 7 u 8 años se hayan formado en ciclos deportivos y se dediquen laboralmente al mundo del deporte como entrenadores, monitores... Además, vive con ellos. En la casa donde hace vida con su mujer, pared con pared, tiene en acogida a personas jóvenes que ha encontrado en la calle, sin nada, y los lleva a la casa de acogida donde viven en condiciones dignas y tienen oportunidad de estudiar y trabajar. Javi lo hace por el poder de la oración y porque tiene muy claro que son sus hermanos cada una de las personas a las que atiende. Su proyecto es un canto a la fraternidad universal porque es sensible a los alaridos, a los gritos de necesidad de toda persona. En la pandemia sigue trabajando y rescatando a diario a personas donde su único horizonte es la soledad de la calle.

La última historia es la de un sacerdote, Martín de la Iglesia, de los Dominicos de Torrent. A causa de la covid muchas familias no han podido celebrar bodas y comuniones. Por ello ha decidido atender a todas las familias que van a pedirle ayuda, a facilitar que se celebre ese día tan especial, aunque tenga cinco comuniones y tres bodas en una misma jornada. He tenido la suerte de conocerlo. Sus homilías y su testimonio están cargados de amor y servicio. Insiste una y otra vez en que las mascarillas no han podido robarnos las miradas, la posibilidad de continuar mirándonos a los ojos. Sé que hay gente que no es creyente y va a escucharle porque les ayuda a encarar el tiempo que estamos viviendo. Cuando lo escuchas te sientes con alegría y fuerza de seguir viviendo, con la certeza de que cada uno de nosotros, desde nuestros ámbitos profesiones y personales, tiene que aportar lo mejor de sí. Para conseguirlo, como suele decir, hay que mirar más allá de nuestros pies y darnos cuenta de lo extraordinario, de los pequeños milagros que pasan a diario a nuestro alrededor.

No es tiempo de mirarnos el ombligo, no es tiempo de lamentos, no es tiempo de mirar para otra parte, es tiempo de cambiar las cosas, es tiempo de llevar alegría donde se derrama una lágrima de desesperación y tristeza, es tiempo, en definitiva, de trabajar por este mundo y las personas que habitan en él.