Fum de botges’, ‘foc d’encenalls’, al gusto del usuario. Generadores de distracción acerca de los problemas reales, de las relaciones de poder efectivas en nuestra colectividad.

Ayer fueron el nombre del territorio, el gentilicio, la lengua y su unidad, la bandera, el himno. Hoy sigue la agitación sobre los mismos temas, con menor estridencia y menos violencia, aunque una y otra siguen vigentes para los interesados y sus víctimas. Han pasado más de cuarenta años, un ciclo prolongado y, además, acelerado. Y, sin embargo, los efectos adormidera han penetrado en el tejido social, intelectual, político.

 Se ha normalizado la enseñanza del valenciano en las aulas, de hecho ningún ciudadano o ciudadana puede alegar ignorancia de su conocimiento, al menos desde 1983 en adelante. Otra cosa es su uso, en las relaciones familiares, sociales, administrativas, judiciales, mediáticas. Se ha institucionalizado y normativizado con instrumentos como la Academia Valenciana de la Lengua. Ni batallas ni batallitas, el lento proceder de las instituciones académicas y algunos brotes de disidencia, nada que altere el sopor digestivo de una sociedad subalterna, conformista, capaz de orillar por una vez el ‘pensat i fet’ o explosiones irracionales.

Ahora bien, ¿cuántas sentencias, autos y demás textos judiciales se dictan en valenciano? ¿Cuántos dictámenes del Consejo Valenciano de Cultura se escriben y difunden en valenciano? ¿Cuántas resoluciones administrativas, de todas las Administraciones, se dictan? ¿Cuántas atenciones al público de los servicios médicos, asistenciales, se hacen y contestan? ¿Cuántas interpelaciones de ciudadanos a las fuerzas y cuerpos de seguridad, incluidas las municipales, se formulan y atienden? ¿Cuántos medios de comunicación, públicos o privados, utilizan la lengua del país en sus mensajes y comunicaciones? ¿Cuántas empresas o sindicatos la usan en sus comunicaciones internas o externas?

Demasiadas preguntas. Añadamos otra: ¿cuántos lectores se asoman a las páginas en valenciano de nuestros autores? Aparte una tasa de lectura total que avergüenza. Hay quien se muestra optimista; desde luego, echando la vista atrás, el panorama ha mejorado en estas décadas comparado con el desierto de la postguerra y la dictadura. La modestia de las cifras, la pauperización del sector editorial indígena, aconsejaría mitigar el optimismo.

Cuando en los años sesenta y setenta del pasado siglo el revulsivo fusteriano caló entre el sector progresista de la sociedad valenciana, la reacción del poder y del gobierno fue fulminante. La semilla, sin embargo, había cuajado, el sector reaccionario se rearmó, cultivando el secesionismo lingüístico pero ejerciendo la violencia mientras tuvo el gobierno y aún después financiándola con la ayuda del poder que nunca abandonaron.

La primera consecuencia, el recorte aplazado del autogobierno, las transacciones y trapicheos, la consolidación de las posiciones más reaccionarias políticamente mientras abrían las puertas a la sucesión en el poder económico. Entretenidos en discusiones bizantinas donde en cada esquina florecía un filólogo, un vexilólogo, un músico o un letrista, el campo quedaba libre para quienes todo pasado fue mejor que el presente o el futuro que se anunciaban.

Ahora parece que hemos de ocuparnos de otras cosas, que las señas de identidad, la cultura y la lengua sobre todo, son cuestiones ya resueltas. Que hemos de encaminarnos a nuevas propuestas, en especial por parte de la socialdemocracia, que se atengan al cambio climático, al combate contra la desigualdad, a la reestructuración de un modelo económico, sin duda alguna fallido como ha puesto de relieve el brutal efecto de la pandemia.

Objetivos imprescindibles para garantizar no solo el bienestar de todos, sino además para sobrevivir. Objetivos compartidos más allá de cualquier referencia identitaria. En nuestro entorno corresponde a la rectificación de la Unión Europea, del Mediterráneo y sus gentes, y al planeta.

Sin embargo, si se reclama todavía alguna suerte de identidad refugio como he calificado alguna vez, resulta imprescindible volver la vista a los temas de la lengua y la cultura, los fundamentos racionales de una personalidad fuerte, capaz de articular un territorio y unas gentes en torno precisamente a estos grandes objetivos.

Aún es posible revertir muchas de las carencias que se han señalado en el uso, difusión, de lengua y cultura. En el ámbito que nos es propio, como demuestran los éxitos de nuestros escritores y escritoras en la lengua común en los demás territorios que comparten esta forma de expresión. 

La puesta en valor de esta comunidad lingüística y cultural es trasladable a otros sectores de la actividad humana. La competencia cooperativa se dijo en relación con las infraestructuras ferroviarias, pero para ello se necesitan éstas siempre aplazadas. El establecimiento de las relaciones políticas y sociales al nivel de las relaciones económicas realmente existentes, fuera de todo milagro de los ejes de la centralización sin prosperidad.

Descartar lengua y cultura como base de una identidad fuerte constituye una amenaza para la consolidación de un proyecto de país que vertebre el territorio, las ciudades, las comarcas, el tejido económico y social, la capacidad de respuesta ante las evidentes caídas que se producirán en los años siguientes a la pandemia. Solos, sólo seremos un apéndice del pulpo centralizador cuyos costes por cierto pagamos entre todos a cambio de las migajas cuando éstas llegan, si llegan. Eso o entretenernos una vez más con el nombre de un estadio, abalanzarnos sobre el primer vendedor de crecepelo con inversiones estratosféricas y cantidades de empleo que exigirían una llamada urgente a países emisores de migrantes. El poder, entre tanto, a lo suyo, a convivir con la política como mal menor y el respetable a los humos de paja mientras el agobio sobre las economías familiares se precipita hacia el abismo de la pobreza.

Autogobierno e identidad, con todos sus riesgos, constituyen herramientas para la inclusión social, el compromiso entre generaciones y capaces de evitar las fragmentaciones, incluidas las territoriales. Todo ello ante la globalización inexorable o la involución recentralizadora. No son propuestas anacrónicas, son imprescindibles salvo que tomemos como alternativa ser engullidos, despersonalizados por el pulpo centralista una vez más (lo escribí en «Periferias del pulpo», ‘El País’, 30/12/2010, subrayo la fecha) o diluidos en el mar global, incluida la succión pulpera.