En plena vorágine de enfrentamientos políticos, la Universitat de València trata de devolvernos al pensamiento sosegado. València Thinks Global (pensamiento global) es el epígrafe que engloba una serie de debates telemáticos que se emiten por You Tube en tiempo real. El último, el del periodista y filósofo Josep Ramoneda, un reputado pensador progresista ubicado en ese espacio que tantas veces parece inviable, el de la catalanidad cosmopolita y socialdemócrata que sabe vivir en la equidistancia con los nacionalistas de uno y otro color.

A ese debate con Ramoneda le faltó, precisamente, un poco de funcionalidad idiomática, dada la limitación que supone que todos los participantes hablasen en catalán. Como no hay previsto tampoco un sistema de traducción simultánea o de subtítulos, el acto pierde la posibilidad de conseguir ampliar su audiencia en otros territorios, especialmente españoles y americanos, lo cual es una pérdida de valor y energía en estos tiempos que corren. Como usar la caldera de un hotel para climatizar solo una habitación.

Pero en València seguimos valorando la lengua como un acontecimiento reivindicativo e ideológico más que como lo que es, un mecanismo de comunicación. Recuerdo que hace más de un cuarto de siglo alguien tan poco sospechoso de no ser sensible a la ‘nostra llengua’ como Xavier Rubert de Ventós, interrumpió a una espectadora que le solicitaba que hablara catalán durante una mesa redonda, a lo que se negó, argumentando que un miembro de su misma tribuna era un indígena de habla quechua que apenas entendía el español no sin dificultades. «Los tiempos de la lengua como reivindicación han quedado atrás, ahora debemos aprender a usar la lengua para entendernos», sentenció.

Ramoneda, precisamente, dirige en la actualidad un ámbito de pensamiento que reivindica a Walter Benjamin, de quien se han cumplido 80 años de su suicidio en Port Bou huyendo de los nazis como nos ha recordado sabiamente José Luis Villacañas. Su posición en la charla –la de Ramoneda– consistió en plantear serias dudas sobre la salud actual de las democracias occidentales. El analista catalán se preguntó, siguiendo al liberal anglogermánico Ralf Dahrendorf, si no estábamos en un momento crítico, deletéreo, de la democracia, cuyos tres pilares en los que se fundamentaría para su correcto funcionamiento: el estado nacional, la economía capitalista y la política parlamentaria, se encuentran en decadencia.

La globalización, la corrupción, el clientelismo, la especulación económica, el populismo, la desigualdad… son las plagas que acechan a nuestras democracias, de las que dudamos si serán capaces de readaptar sus estructuras para transformarse en sistemas más eficaces como ya ocurriera en tiempos pasados. Aunque cabe preguntarse si ser más eficientes supone ser más abiertos, plurales y libres como postulan los pensadores occidentales o existen otros caminos ‘a la felicidad’ como tratan de mostrar los actuales dirigentes chinos.

A los síntomas y diagnósticos descritos por Ramoneda habría que añadir otros. La polarización ideológica, particularmente visible en Estados Unidos y en España, los dos países modernos más cercanos en el tiempo a una guerra civil muy cruenta, y sin que, en el caso español como ha hecho notar el escritor holandés afincado en Menorca, Cees Nooteboom, se haya superado el síndrome del enfrentamiento entre bandos políticos, tanto ideológicos como territoriales, incapaces de ahondar en el proyecto de reconciliación nacional.

Y cabe también preguntarse si no existe una crisis de gobernanza, provocada por la pérdida de credibilidad en la gestión de la clase política actual, la falta de liderazgos y la complejidad de las circunstancias a las que se enfrentan políticos profesionalizados en el uso de técnicas retóricas y publicitarias pero sin formación científica para hacer frente a situaciones que resultan ser falsos artificios ideológicos, como viene ocurriendo con el descontrol en la gestión sanitaria de nuestro país, y de otros.

El espectáculo de la pandemia del coronavirus en España no puede ser, al respecto, más revelador. Mientras los fanáticos se apoderan de las redes sociales para difundir rumores insidiosos y proposiciones muy reaccionarias, los bloques políticos se enzarzan en discusiones bizantinas, como aficionados deportivos, culpando a la ideología contraria de ser la causante del empeoramiento de la enfermedad. Se muestran incapaces de consensuar un mínimo programa frente a la covid-19. Y lo que es más preocupante, solo parecen estar de acuerdo en no poner en marcha la auditoria neutral y científica para evaluar la gestión que se ha hecho de esta crisis sanitaria.

Ya sabemos que muchos profesionales están sujetos a sus afinidades políticas –en especial jueces y periodistas, y en un futuro cercano seguramente también los médicos–, pero con todo, la incorporación de mecanismos de evaluación por parte de técnicos profesionales, con las debidas cautelas y votos particulares justificados, debería representar un avance en estos momentos de descrédito de la democracia, que, por cierto, no es la primera vez que lo sufre y siempre ha podido superarlo. Por eso es tan necesario, como pretendía Benjamin, mantener viva la memoria, archivarla en los textos siquiera, sobre los grandes momentos humanísticos de la Historia.