Desde un punto de vista filosófico, hay algunos conceptos que se entienden mejor en la contradicción, y otros que se justifican desde la ausencia. El del consenso parece ser uno de los pocos que cumplen con ambos requisitos, en la medida en que por el lado de la ausencia resulta casi inalcanzable en la práctica política -aunque ésta siempre lo quiera mostrar como el fin que la acredita y al que naturalmente tiende- y por el de la contradicción porque parece que éste aumente su valor en la medida en que sea posible romperlo.

Digo esto porque el principal partido del Gobierno de España se ha empeñado en hacer buena esta doble naturaleza del consenso en lo que respecta al tema educativo. Estando como estamos en plena fase de enmiendas parciales a la LOMLOE -esa ley de nombre imposible que pretende aunar lo inconciliable, la supuesta “mejora” que suponía la LOMCE con la vuelta a los aspectos más polémicos de la LOE-, el PSOE ha conseguido quebrar la unanimidad que -casi por primera vez en temas educativos- hubo en el Congreso hace dos años en torno a las asignaturas de filosofía, y ha decidido imponer por acción, omisión u obediencia debida, una visión parcial y caduca que contradice lo pactado en el Parlamento y lo sugerido por los profesionales de la educación en este ámbito.

Y es que lo que se votó entonces fue recuperar la Historia de la Filosofía y proponer una asignatura de Ética -y no de “valores”- en la Educación Secundaria Obligatoria, para constituir junto a la Filosofía de 1º de Bachillerato, un ciclo completo que de una vez por todas sacara de la indeseable y absurda disputa ideológica a las asignaturas de nuestro departamento.

Con respecto a la Ética, la idea era no confundir la impartición de valores con la reflexión racional sobre los asuntos morales. Esto es, que se propusiera un nuevo método para que el alumnado dejase de padecer anomia moral, algo diferente al mero catálogo expositivo de unos valores que cada parte del arco parlamentario se empeñase en cambiar cada vez que su partido llegara al poder.

Lo que los profesionales del ámbito de la filosofía proponíamos es que la cuestión de la enseñanza de los valores, controvertida como era, no constituyese ni una enmienda a la totalidad ni una afirmación de autoridad incontrovertible en clase: que una asignatura de Ética dotase al alumnado de la capacidad de reflexionar sobre esos valores: su necesidad o contingencia, los límites de su aplicación y la siempre discutida cuestión de su universalidad.

En una palabra: que con independencia de qué partido desgobernase el Ministerio de Educación, la persona que se hallara ante cualquier tesitura de índole moral, pudiera solventar la situación desde su autonomía, de la capacidad de dotarse de normas desde su bien trabajada facultad de razonar sin necesidad de acudir a un catecismo -confesional o laico- que le dictase cuáles aplicar en cada momento.

Pero no. En contra del consenso, justificando su destrucción desde la autoridad que confiere el banco azul, y negando con ello los valores que pretende inculcar en la ciudadanía, el Gobierno se dispone a cometer otra vez el mismo error: hacer de un tema de Estado, como es la educación, un burdo rearme ideológico.

¿Cuánto durará, con respecto a esto, el consenso de los otros alcanzado en aquella feliz ocasión? Abiertas las hostilidades, la tregua se considerará rota y la oposición verá justificadas las represalias. Como en la LOMCE, la víctima de nuevo parecerá ser la enseñanza de la Filosofía, pero no se equivoquen: las víctimas reales serán sus hijas e hijos, que habrán perdido la oportunidad de aprender cómo, en realidad, el consenso se hace válido en virtud de su coherencia y en su permanencia a lo largo de las generaciones.