En los viejos tiempos de la normalidad, cuando veíamos si las caras eran el espejo del alma y no las del Llanero Solitario, la tertulia del bar Los gemelos de mi pueblo brillaba por su riqueza de criterios y el contraste de pareceres, expresión ésta muy extendida -¿recuerdan?- cuando no había posibilidad de tertuliar sobre política.

Antes de la pandemia, el debate frente a un buen almuerzo con un par de huevos fritos con chorizo -gracias Toñi- se desarrollaba con sencilla elegancia, sin necesidad de elevados argumentos ni citas clásicas. Las gentes de pueblo, al pan le dicen pan, y al vino, vino.

En realidad, a un agricultor lo que le interesa es que sus viñedos le permitan vivir, que la naranja no se quede en el árbol y que los conejos no le destrocen las plantas. No tienen inconveniente en defender su trabajo liquidando conejitos. Ellos ven cómo el gorrión más fuerte le quita el trocito de pan al más débil y no van a ponerse a llorar ni a permitir que cuatro ecologistas urbanos vayan allí dando lecciones.

En aquellas tertulias de la ya vieja normalidad se hablaba de economía y el socialista no dejaba ser un conservador de lo logrado con su trabajo, ni el conservador un convencido de la necesidad de protección del Estado en la sanidad, en la educación y en la defensa de sus cosechas frente a la competencia desleal de naciones que no protegen a los suyos. El agricultor socialista coincide con el agricultor conservador en lo esencial, por mucho que lleguen al almuerzo con la cabeza comida de incitaciones de la Cope o de la Ser con el tema de cada día que suele ser el de Franco y sus consecuencias. En los pueblos han podido ver cómo familias de rojos se casaban con falangistas y al revés. Les aseguro que sus preocupaciones son muy distintas: pagar las deudas viendo cómo sus propiedades valen la mitad de lo que valían.

Ahora apenas hay tertulias por aquello de cuidarse y lo poco que el analista percibe es que las gentes andan preocupadas por los precios y por el futuro de las tierras que cultivan. La media de edad de los que suben a un tractor no bajará de los 65 años, como poco. En las radios y televisiones escuchan discusiones sobre la pandemia de gentes que cobran sueldos generosos y seguros y que gustan de abroncarse unos a otros. Nadie discute en las Cortes sobre el futuro de la agricultura o de la industria; sobre el papel de España en la UE, porque nadie se acerca a los bares y casinos de los pueblos de la España asustada para aprender de la sabiduría de sus viejos. Y es que, seguramente, la pandemia más peligrosa que vive el país es la de la mediocridad de su clase política que al contrario de las tertulias del bar Los gemelos se pelea por cosas del pasado sin preguntarse qué pasará con el futuro.