Al enterarme de lo de la fiesta en el colegio mayor Galileo Galilei, el número de afectados, las pruebas de PCR que se habían tenido que hacer y las que aún debían hacerse, mi reacción y mis sentimientos evolucionaron desde el asombro hacia la racionalidad. Cuando el botellón multitudinario de Tomelloso, el 31 de mayo pasado, la incredulidad primó sobre la indignación y eso que ésta no fue menor. Desde aquel entonces, y a pesar de la machacona, pero imprescindible, insistencia sobre la necesidad de adoptar y mantener medidas de precaución básicas (mascarilla, higiene y distancia social), se han venido produciendo botellones y similares donde la nota común ha sido la ignorancia o soslayo de esas cautelas mínimas y necesarias. Sin embargo, uno tenía la sensación que, una vez finalizadas las vacaciones estivales y con la consiguiente y necesaria vuelta a la nueva normalidad, ciertas situaciones no se iban a producir. Si el rebrote o segunda ola de contagios había aparecido mucho antes de lo que se temía y ello había sido a pesar de la situación de cierta desconexión entre nosotros, cuando la vuelta al trabajo y a la actividad académica en todos sus niveles hiciera que las relaciones sociales fueran inevitables, uno pensaba que ciertas situaciones desaparecerían de suyo. Pero hete aquí que no. Que un grupo de niñatos insensatos deciden hacer una fiesta multitudinaria en el colegio mayor donde se hospedan.

¿Qué hacer con esa pandilla de imbéciles? Quedarse en ese calificativo me parece que no es ajustarse a la realidad, porque los datos a día de hoy, al menos, son: una universidad, la Universidad Politécnica de Valencia, ha suprimido transitoriamente todas las clases presenciales, todas, en su campus principal. También se han suprimido las prácticas de los estudiantes de los grados de la rama de ciencias de la salud en la provincia de València y además hay al menos 120 infectados, algunos de ellos alumnos de otras universidades valencianas.

Los promotores de la fiesta, ¿ignoraban los riesgos que con tal proceder se corría? Una respuesta afirmativa a esta pregunta supondría un ejercicio de cinismo insultante e intolerable. Hubo, al menos indiciariamente, falta de precaución, diligencia o cuidado a la hora de organizar y permitir la celebración de la fiesta en el colegio mayor Galileo Galilei.

El artículo 152.1. del Código Penal, dice: «1. El que por imprudencia grave causare alguna de las lesiones previstas en los artículos anteriores será castigado, en atención al riesgo creado y el resultado producido: 1.° Con la pena de prisión de tres a seis meses o multa de seis a dieciocho meses, si se tratare de las lesiones del apartado 1 del artículo 147». Acudiendo a dicho artículo puede leerse: «1. El que, por cualquier medio o procedimiento, causare a otro una lesión que menoscabe su integridad corporal o su salud física o mental, será castigado (…) siempre que la lesión requiera objetivamente para su sanidad, además de una primera asistencia facultativa, tratamiento médico». No creo que pueda ponerse en duda que una persona infectada de covid va a necesitar de la «realización de las actividades médicas precisas para la curación», es decir de un tratamiento médico.

Por su parte, el artículo 1 del Estatuto Orgánico de la Fiscalía, dice: «El Ministerio Fiscal tiene por misión promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, de oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de los tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del interés social».

En mi opinión, hay datos suficientes para tener que admitir que, al menos indiciariamente, la fiesta del Galileo Galilei pudo suponer la comisión de varios delitos de lesiones imprudentes. Con esta base, la cosa no puede acabar con la apertura de un expediente informativo en el seno del colegio mayor. Si el centro quiere tomar alguna medida que la tome, pero ello y con independencia de lo que con tal expediente pretenda (¿protegerse ‘ex post’?), no debe impedir que el Ministerio Fiscal acuerde la apertura de unas diligencias de investigación penal, en las que también deberá ser objeto de investigación la actitud del colegio mayor Galileo Galilei al permitir o no impedir la fiestecita de los niñatos. Una cierta culpa ‘in vigilando’ parece que pudo darse por su parte. La Fiscalía de Valencia debe actuar. No hacerlo supondría una actitud difícil de explicar y mucho más difícil de comprender.