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Matías Vallés

El virus gana las elecciones

Tiene que tratarse de un virus de carne y hueso, porque acaba de ganar las elecciones estadounidenses. Si Trump resucita como un Sigfrido bañado en la sangre inmortalizadora del dragón, será gracias a haber superado la infección. Y si el mortecino Biden obtiene la victoria por resignación, también se deberá a la herida mortal que el coronavirus habrá infligido a su fatuo rival. La pandemia ha reescrito las leyes de la democracia, por qué no habría de imponer también a sus gobernantes.

La hostilidad de Trump a la mascarilla no debe ocultar su condición de germófobo a la altura de Michael Jackson. Por tanto, no puede descartarse como una vulgar conspiranoia que el propietario de casinos haya recurrido a la apuesta definitiva de la curación por el envenenamiento. La treta funcionaba a la perfección, hasta que se le ocurrió el exceso de pasear en carroza para infectar a sus súbditos. En otros países se detiene a los ciudadanos asintomáticos que se atreven a salir a la calle, el emperador del planeta es protegido con el mismo celo por el servicio secreto cuando parte en busca de contagios.

El planeta se enfrenta a la pesadilla, que rima con Illa, de un Trump que sume a su título de negacionista el galardón suplementario de inmunizado. Una vez galvanizado, podría ganar las elecciones como Iron Man. Por desgracia, la ausencia de un enemigo en condiciones ha transformado su ansia beligerante en autodestructiva. Si gana Biden, el planeta arrodillado por un coronavirus volverá a la casilla de salida, pero con la pandemia por dentro. En caso de la victoria ya inesperada de Trump, los candidatos electorales de todo el planeta debatirán si les compensa contagiarse, a cambio de inspirar la condescendencia compasiva de los electores. Hasta ahora, un candidato enfermo era una pésima noticia para su partido. Pero también hasta ahora, nunca habíamos tenido a un coronavirus al timón.

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