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El día de nuestros mayores

Poco bombo se le ha dado al Día de las Personas Mayores, el 1 pasado de octubre, tal vez porque como sociedad nos sobran los motivos para sentirnos profundamente avergonzados. Entre la pujante corriente de opinión que, en el fondo, defiende que hay vidas prescindibles, mientras sean las de otros, y la falta de humanidad política de quienes cierran herméticamente las residencias a las visitas para «proteger» a los internos porque es la opción más fácil y económica, como si el contacto físico con los seres queridos no fuera también esencial para la salud y la tristeza no enfermara, se está demostrando una falta de solidaridad hacia ellas que aterra.

Me parece desoladora esta «nueva normalidad» que veta a los abuelos abrazar y besar a su gente

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No hablaré de la indignidad de quienes ante las noticias de fallecimientos por Covid preguntan si la víctima era vieja u obesa, como si eso les restara importancia. Ni de la mezquindad de los que abogan por que las medidas de protección sólo las adopten los más vulnerables, de los que vienen a decir «que se confinen ellos y nos dejen a la calle a los demás», negándoles derechos porque, total, los sacrificios que hicieron para sacarnos adelante ya son pasado. Me parece incluso más desoladora que sus desprecios esta «nueva normalidad», asumida por tantos, que censura y veta a los abuelos reunirse, besar, tocar a sus nietos, hijos, amigos... a su gente.

Mis padres no viven, pero no me cabe duda de que para los dos ese extrañamiento hubiera sido mucho peor que el miedo al virus y por eso, hoy, a los mayores que estimo yo sí les devuelvo el abrazo. Se lo merecen, y si me dicen «cuídate» sé que es siempre pensando en nosotros, aunque lo deba hacer por ellos.

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