El día 5 de octubre pasado falleció mi mascota: Cocker. Había nacido el 25 noviembre de 2004 y en estos casi 16 años hemos sido inseparables. Sé que las personas que no tienen mascota no comprenderán mis palabras. Como tampoco comprenderán una cita famosa. Aquella que se atribuye al poeta inglés lord Byron (1788/1824): «Cuanto más conozco al hombre más quiero a mi perro», que, al parecer, en realidad es del filósofo griego Diógenes (412 a.C./323 a.C.)

Pero permítanme expresarles por qué amamos a nuestras mascotas.

Es proverbial pensar que tienen las virtudes propias de la amistad y decir que «el perro es el mejor amigo del hombre» (atribuida al abogado estadounidense Graham Vest, que la pronunció por primera vez el 23 septiembre 1870 en un juicio por el asesinato de un galgo por su vecino a sangre fría) al tiempo que se recuerda otra cita famosa: «Homo homini lupus» («el hombre es un lobo para el hombre»), locución empleada por el comediógrafo latino Plauto (254-184 a.C.) en su obra ‘Asinaria’, donde dice: «Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro». Aforismo éste, posteriormente popularizada por el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588/1679), quien la adaptó en su obra ‘De Cive’ (1642).

No olviden que Hobbes es el autor de una obra cumbre de nuestro pensamiento político occidental: ‘Leviatán, o la materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil’ (1651), donde se denuncia al Estado absoluto. Obra que no ha perdido vigencia en nuestra era digital donde vivimos bajo el leviatán digital, como ha recordado José María Lasalle en su ensayo ‘Ciberleviatán: el colapso de la democracia liberal frente a la revolución digital’ (2019). Leviatán que sigue ahí y que hay que vigilar. Sobre todo en estos tiempos de pandemia, como señala el filósofo esloveno Slavoj Zizek (1949) en su ensayo ‘¡Pandemia!’ (2020).

Muchos tendrán su propia opinión de por qué quieren a sus mascotas. La opinión común es esa lealtad perruna con nosotros. También, la empatía que les hace acompañarnos fielmente siempre y cualquiera que sea nuestro estado de ánimo, en especial consolándonos ante las adversidades y tristezas.

Por mi parte, compartiendo lo dicho, en el año 2015, escribí un minirrelato, no publicado, en el que expreso por qué quiero a mi mascota y que me permito reproducir aquí, evocando a uno de los seres de mi vida que, formando parte esencial de mi familia, más bien me ha hecho y con el que estaré permanentemente en deuda.

«‘Cocker y los conejos invisibles’

Hoy el día está lluvioso y gris pero llevaré a Cocker al campo para que corra entre los arbustos. Se le ilumina la cara y con la boca abierta la lengua le cuelga como una corbata.

Suele perderse de mi vista, se aleja, explora, olisquea y al cabo de un rato regresa contento de encontrarme, revoloteando alrededor mío entre ladridos de alborozo para seguir jugando a perseguir conejos invisibles, que se ocultan raudos dentro de sus madrigueras excavadas en las laderas de las colinas.

En días como hoy, la fina lluvia humedece mi rostro, como lágrimas de gozo.

Casa de Campo, Madrid, 22 de marzo de 2015».