Nuestro presidente del Gobierno fue elegido por el Congreso de acuerdo a la Constitución y posteriormente formó su Gabinete. Las derechas, y sobre todo las derechas de las derechas, acusaron, entre otros improperios, a su Ejecutivo de ilegítimo. Lo de ilegítimo es algo más que un improperio. En muchas ocasiones -y alguna en España- caracterizar a un Gobierno de ilegítimo ha sido la excusa de golpistas de todo signo. No quiero decir, ni de lejos, que en España exista el peligro de nuevos ‘salvadores de la patria’. Pero acusar a un Gobierno constitucional de ilegítimo una línea roja que la oposición legítima, por muy dura que sea, jamás debe cruzar. Y menos en tiempos turbulentos como este.

Que Pedro Sánchez afirmara en la campaña electoral de noviembre de 2019 que él no podría dormir con un Gobierno en coalición con Podemos, para luego la misma noche de esas elecciones acordar con Pablo Iglesias iniciar negociaciones para formar un Ejecutivo conjunto, es señal sin duda de que nuestro presidente no le da mucho valor a lo afirmado en una campaña electoral. Pero esa conducta no es ni la primera vez que se practica, ni será la última. Ya decía el arquitecto de la Constitución de 1876, Cánovas del Castillo, muy venerado por la derecha culta como sin duda lo fue el difunto Manuel Fraga: «Uno pacta con quien puede, no con quien quiere».

Los más de dos años de Presidencia de Gobierno de Sánchez han sido todo menos apacibles . Me abstendré de repetir detalles concretos para justificar mi afirmación anterior, pues seguro que el lector de estas líneas los conoce perfectamente. Ha escrito un libro ya, ‘Manual de resistencia’. El valor de la resistencia en política es algo sabido hace mucho tiempo. Ya Winston Churchill, valga como ejemplo, prometió a los británicos «sangre, sudor y lágrimas» para poder vencer a la omnipotente Alemania nazi. Desde luego, Sánchez, resistir resiste, tanto cuando como mero militante de base ganó las primarias a la entonces presidenta de la Junta de Andalucía, como cuando la primera moción de censura triunfante en más de 40 años de democracia.

Sánchez sólo necesita para vencer sudor y no sé si alguna lágrima. Sangre ninguna. Cada vez que comete un error, lo que es más frecuente de lo recomendable, sus rivales externos -los internos se han refugiado en sus cuarteles de presidencias autonómicas- lo cometen aún mayor. No soy profeta. pero creo que el ‘resistente’ no pasará a la historia del siglo XXI español como un estadista. La definición de lo que es ser un estadista es compleja y discutible. Me arriesgaré a definirlo en pocas palabras como aquel líder político, con mando, que tiene un proyecto de Estado y nación.

Pero Sánchez es tan limitado estratega como buen tácticista. La derecha española -llámese PP o Vox- esperaba que los meses duros de la pandemia –marzo-mayo– acabarían con su Gobierno, que simplificando mucho calificaban de socialcomunista. No ha pasado. Ahora, el PP, usando como mascarón de proa al Gobierno de la Comunidad de Madrid espera algo así. Qué dislate. Su presidenta es tal ejemplo de incompetencia que la incapacita para ser un ejemplo atractivo para cualquier persona con sentido común.

No quisiera acabar sin dos observaciones. La primera sería que si bien en un Gobierno de coalición es imposible que no haya distintas opiniones políticas y el minoritario puede ser republicano y cuestionar la monarquía constitucional, lo que es inadmisible es que ministros que prometieron para serlo lealtad a la Constitución ante el rey, digan que la tendencia a cometer presuntas corruptelas del emérito se ha transmitido genéticamente a su hijo Felipe VI. Su conducta en seis años de monarca es impecable. Esa barbaridad, a lo peor la puede decir Pablo Echenique, que no ocupa ningún cargo ministerial, pero no ministros como Iglesias o Alberto Garzón. Sánchez, por emplear una expresión de moda, debería dar un puñetazo en la mesa y decir a sus ministros podemitas que se han acabado los ataques a la monarquía constitucional. De no hacerlo, más de una vez el Gobierno parece ‘el patio de monipodio’.

La segunda observación conecta con el título de este artículo. ¿Quiénes son los adversarios políticos de Sánchez a nivel nacional? ¿Iglesias y sus convergencias en caída libre de votos? ¿Pablo Casado, que constantemente deshoja la margarita si para recuperar los votos perdidos por la escisión del PP por la derecha, pues no es otra cosa Vox, es mejor optar por una política moderada o escorarse a la derecha? ¿Santiago Abascal? Si él fuera la futura alternativa de la derecha, los votantes de izquierda siempre más propensos a la abstención se movilizarían y optarían por el voto útil frente al peligro ultraderechista.

Así las cosas, partido a partido, podemos tener Sánchez para unos años. Quizás es lo menos malo que nos puede pasar vistas las alternativas que hay.