En la reunión de empresarios y directivos celebrada el miércoles en València, dos voces se elevaron sobre las demás. La de Isidre Fainé fue de luces largas. Tanto, que se percibieron ecos de la «destrucción creativa» de Shumpeter aliñados con algunas etimologías marxianas. Dijo: «Esta pandemia no es una crisis cualquiera, es una crisis transformadora. Está actuando como catalizador de diversas fuerzas de cambio que ya estaban en marcha, y además ha sido el desencadenante de otras nuevas tendencias...». La otra fue la de Carlos Slim, que añadió que el mundo está en un cambio de era marcado por la revolución tecnológica pero que Europa y España han llegado otra vez tarde. Slim no deja de constatar una evidencia. Naturalmente, China se ha llevado el gato al agua. La vieja Europa -no digamos España- no ha sabido reaccionar, entre otras cosas porque los cambios en este trozo del planeta son paquidérmicos, lentos como las eras geológicas, y toda calma es inmovilista porque tiene su origen en la complacencia o satisfacción. Si uno no percibe el peligro, ¿para qué cambiar? En cualquier caso, ya digo, las afirmaciones de Fainé y de Slim parecen obvias aunque no lo sean. Porque, ¿de qué hablaban los representantes políticos mientras tanto en las Cortes españolas? ¿De cómo encarar los nuevos desafíos? ¿De cómo reparar las debilidades españolas para enfrentar la gran transformación que está en marcha? No. Hablaban de la España eterna, con los mismos rugidos que emitían los representantes de la «vieja España ineficiente» de la Restauración pero con otras sintaxis. Y se alanceaban para ver quién se queda con más porción de electorado. En medio de una pandemia «catalizadora de las diversas fuerzas de cambio» y en el origen de una «crisis transformadora», como señaló Fainé, todavía algunos políticos pierden el tiempo preguntándose qué es primero, si el huevo o la gallina, si la vida o la economía. Como si no fuera un falso debate. A no ser, claro, que desbarren al igual que lo hizo aquel pensador cuyo nombre es mejor olvidar: «Si sé con certeza cómo llevar a la humanidad a la paz, la justicia, la felicidad, la creatividad ilimitada, ¿qué precio puede ser demasiado alto? Tal vez tengan que morir miles para que millones puedan ser felices para siempre». Y como no se trata de eso -¡esperemos!-, el sentido común dicta que para que esta periferia que habitamos no se apague ni España cierre todas sus luces económicas habrá que tomar medidas preventivas antes de que nos alcance el colapso general. Porque el colapso general es el que, esta vez sí, cierra la economía, la clausura, nos clausura, y provoca la obstrucción total del sistema. ¿No se tendría que estar hablando de esto? De esto y, por supuesto, de las consecuencias de esa doble crisis: de cómo nos pilla la revolución tecnológica (Slim), de cuáles son las fuerzas de cambio (Fainé) y hacia dónde marchan y de por qué otra vez llegamos tarde (como si fuéramos vulgares seguidores de Unamuno: que inventen ellos). ¿Tal vez porque estamos en otras cosas?