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Matías Vallés

Alarmados, por si sirve de algo

Mark Rylance cuaja en El puente de los espías una de las mejores interpretaciones de todos los tiempos. Encarna al minimalista espía soviético Rudolf Abel, un personaje real como todos los protagonistas del cine de ficción reciente. En la escena que sintetiza una filosofía vital, el abogado James Donovan recreado por Tom Hanks, ambos también personajes reales, transmite al infiltrado de Moscú en Nueva York su peliaguda situación:

-Francamente, todo el mundo está interesado en enviarte a la silla eléctrica.

-Vale...

-No pareces alarmado.

-¿Serviría de algo?

Y este «would it help?» de Rylance/Abel se transforma en el dique a contraponer cada vez que se responde a una crisis con un arsenal de medidas desenfrenadas, donde lo importante no es el resultado sino trasladar la impresión de hiperactividad. En el diálogo transcrito, el representante de la ley establece la conexión inmediata entre la pena de muerte que sobrevuela la escena y la alarma que este desenlace debe inspirar a su víctima. El destinatario de la amenaza no responde desde la resignación, sino con la reflexión del jugador de ajedrez antes de mover la pieza. Abel salvó la vida.

La pregunta más frecuente tras el establecimiento de un toque de queda con resonancias marciales no plantea si se han cercenado derechos fundamentales, sino si podremos sacar al perro a pasear. Sin saberlo, nos comportamos como el espía soviético. Renunciamos a la alarma que debería desencadenar un conjunto de normas bajo dicha denominación, para escarbar en los resquicios transaccionales que esconde cualquier situación kafkiana del estilo de una pandemia. En esta negociación, Sánchez se muestra tan dadivoso como Michael Douglas en Wall Street. «Si necesitas un amigo, cómprate un perro», y sácalo a pasear de madrugada. 

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