Ayer, el Ministerio de Sanidad contabilizó 1,2K ingresos nuevos por coronavirus en toda España. El pasado 18 de marzo, con el país confinado, fueron 1,4K. ¿Volvemos a la casilla de salida?

A mediados de marzo, 60 de cada 100 casos diagnosticados ingresaba en el hospital; a mediados de julio, solamente 3 de cada 100. ¿Había cambiado la enfermedad? ¿Era menos grave? Las investigaciones indican que no. Simplemente habíamos bajado su incidencia por el confinamiento y disponíamos de más recursos para percibir más de la porción enorme de su tamaño que, como en un iceberg, queda oculto a la vista. En el caso del hielo, el 89% está debajo del agua, en el del coronavirus, este valor se desconoce, pero todo apunta a que es mayor.

Como consecuencia, en un país con un sistema sanitario bien articulado, como el nuestro, el único indicador fiable sobre la enfermedad es el número de ingresos diarios. Y esto, teniendo en cuenta que el iceberg que vemos hoy es el de hace 10 o 15 días; el actual es mucho mayor; siempre vamos con retraso. El número de casos reales depende de nuestra capacidad para hacer un seguimiento retrospectivo de los positivos de hoy y para analizar a todos sus contactos sospechosos. Cuanto más profundo se puede bucear, más iceberg se ve; pero la dimensión del hielo no depende de nuestra capacidad para verlo; es la que es. En un sistema con suficiente capacidad para hacer una trazabilidad retrospectiva de positivos y para analizar los casos sospechosos, es posible estimar el iceberg de hoy; prácticamente no hay casos ocultos. A mediados de julio fuimos muy eficientes; los ingresos fueron de un 3% de los casos diagnosticados. Hoy se nos ha ido otra vez de las manos: son ya el 7%; estamos dejando de ver, como mínimo, un caso activo por cada caso que diagnosticamos. Aceptando como válido este ratio de 3% entre casos e ingresos como específico de la enfermedad, hoy superaríamos los 4 millones de casos en España. Con este mismo criterio, el pasado 18 de marzo el total de casos activos ocultos pudo superar los 300.000 (por eso se tardó tanto en aplanar la curva, pese al confinamiento) y en los últimos 15 días pueden haberse acumulado más de 100.000 en toda España.

Estamos aquí otra vez por varios motivos. El principal es que gozamos de un sistema de libertades individuales que impiden al estado hacer un seguimiento adecuado de la enfermedad. Y esto, pese a que se da la paradoja de que la información que el estado necesitaría para hacerlo, y le negamos, se la cedemos todos los días, voluntariamente, a Facebook, Instagram o Google a cambio de "likes" o de mapas que nos llevan a donde ya sabemos ir. A esto se suma que nos encontremos ante el desafío de equilibrar una báscula con dos platillos: la salud de la población a corto plazo y la salud del sistema a medio y largo, y no es fácil; nada fácil. Además, las decisiones se siguen tomando tarde, porque para hacerlo a tiempo haría falta un alto el fuego político que permitiera a todos los niveles de gobierno centrarse en lo esencial, aparcando todo lo demás; algo que no se ha dado. Finalmente, porque a las ganas de vivir de todos, y a la falta de conciencia social de muchos, se suma el carácter ácrata de nuestra cultura que hace que cada cual actúe según le viene en gana, y así no hay quien controle nada.

La conclusión de todo esto es que estamos a días de regresar a la situación de marzo. Y, ante la sospecha de lo que se nos viene encima, la única opción posible es restringir la interacción social de la población dentro de lo razonable, buscando el inevitablemente doloroso equilibrio en esa báscula de dos platillos. En eso estamos.

El plazo estimado para ver los resultados de las decisiones actuales es de dos semanas. Si en este tiempo las cifras no mejoran, volvemos a la casilla de salida.