Viajar a Mallorca, ver a los amigos que lo son desde hace medio siglo, pasear a lo largo de la orilla marina bajo un sol impropio que se diría que se despreocupa de la que está cayendo... Las cosas parece a veces que son como eran antes, pero no. En el avión, con dos mascarillas y cuidado en evitar los atropellos y empujones de quienes tienen prisa (¿para qué?) dejándoles paso. En el paseo marítimo, vigilando a los que, por las razones más pintorescas (fumar, beber, comer, hablar por el móvil hacer deporte...) o porque sí, sin más, van sin mascarilla ni conciencia alguna de lo que puede sucedernos a todos. Las cenas con los amigos, al aire libre haga el frío que haga y de seis en seis, como mucho.

Pero eso es la nueva normalidad, digamos. La antigua, la de hace seis meses, llama ya a la puerta y quién sabe si para quedarse. En el aeropuerto, mientras esperas en un rincón alejado de cualquier puerta de embarque, llegan las noticias de que Madrid se plantea ya el confinamiento perimetral, cosa que quiere decir que no podrá entrar ni salir nadie. Lograremos volver por los pelos y con el alma encogida por la indiferencia que parece dominar a la mayor parte de los ciudadanos. Todos decimos que las autoridades dan palos de ciego pero eso, ¡ay!, no nos salva de los contagios sino que aumenta el riesgo de que se produzcan. Ayer había toque de queda para todos, con demasiados matices, sí, pero general. Hoy, ya no. Hoy volvemos al café al gusto del consumidor y me parece que aún no hemos entendido que cada uno de nosotros, cada grupo familiar, está abandonado a su suerte.

Pero los indicios de que la situación es igual de dramática que en los meses de marzo y abril existen. La clave está en las camas disponibles en las UCI de los hospitales, el lugar al que fiamos la supervivencia en último término cuando todo lo demás ha fallado. Pues bien, la alarma ya ha saltado en todo el país. El presidente de la Sociedad de Medicina Intensiva —la de los médicos de la UCI— dice en una entrevista que va a haber una competencia durísima por cada cama de atención intensiva porque hemos dejado circular el virus de forma libre. Y no habla de su hospital, Vall d’Hebron en Barcelona, sino de todos. Ni excluye de las responsabilidades a nadie, al hablar de fracaso colectivo. Lo que parece que no terminamos en entender es que no se trata de números para engrosar las estadísticas de contagiados y muertos, ni de postureo para ganar espacio ante las próximas elecciones, ni de discusiones técnicas acerca del riesgo de los aerosoles. En la situación de pandemia creciente y UCIs saturadas, cada uno de nosotros se juega la vida si se pone en riesgo de contagio. Que se haga porque no hay más remedio al acudir al centro de salud o al trabajo, aun tiene un pase. Pero las fiestas, los botellones, el olvido de las medidas esenciales... ¿Animal racional? Ni por asomo.