Quizá el mundo entero debería votar en las elecciones de los Estados Unidos de América. Es tanta la repercusión del resultado, que muchos países (por no decir todos) están en ascuas estos días, atentos por la posible renovación en el mandato de Donald Trump, un dirigente que introduce un factor que deplora la geoestrategia mundial: la imprevisibilidad. Según una reciente encuesta de Ipsos, si ciudadanos de otros países pudiesen votar en las elecciones del país de las barras y estrellas, los demócratas arrasarían en Suecia, Canadá, España, Alemania o México. No es dato baladí que lo haría en los dos países fronterizos con EE UU. También en España, donde Trump es visto como una extremista, un peligro público, un aliado de Vox, una formación a la que muchos votan (es cierto) pero que la mayoría deplora. El magnate obtendría su mejor consideración en India, aunque incluso en dicho país perdería. Sólo ganaría en Rusia y empataría en Polonia. Curioso. Como mínimo, curioso. El hecho es que el mundo da la espalda a un dirigente que (como Vox durante la moción de censura) ha demostrado que no tiene un modelo de país, que sólo le mueve la crispación y cuya política sólo busca beneficiar a unos pocos privilegiados. «La indignación no es un proyecto político», espetó Arrimadas a Abascal durante la frustrada moción.

Trump lleva meses alentando a los grupúsculos más violentos de EE UU con la excusa de un posible fraude electoral. Ha dado alas a las teorías conspirativas de QAnon o a la violencia de los Proud Boys. Es complicado encontrar en los anales de la política estadounidense un presidente más irresponsable. Y eso es mucho decir en el país que ha invadido medio mundo y ha asesinado a miles de personas. Alrededor del mundo. «Se han echado miles de papeletas a la basura o se han encontrado cientos de votos con mi nombre en un río», ha dicho en los últimos días con otras palabras Trump. Especialistas de ambos frentes ideológicos han ratificado que no hay evidencia alguna de fraude hasta el momento y que dudan mucho que pueda darse. Trump, con su fascismo ‘mainstream’, es una amenaza para la democracia norteamericana y mundial. La democracia es un debate diario y precisa de responsabilidad y de convicción. De lo contrario se degrada sin evidencia aparente. Es un proceso de pequeños pasos que ya se han empezado a dar en países como EE UU, Brasil, Hungría, Polonia o Reino Unido. El fascismo ‘mainstream’ no ofrece certidumbre, ni consenso (ni voluntad), ni planes de trabajo que beneficien a las mayorías. Son la política del enfrentamiento. Una forma de gobernar que se ha demostrado ineficaz durante la pandemia, con una falta de criterio que ha costado la vida a miles de personas.

Realmente, no están siendo buenas semanas ni para Vox ni para la extrema derecha mundial. Hace unas semanas se sentenció a los dirigentes de Amanecer Dorado en Grecia, una organización que la justicia ha considerado un ente criminal. Penas de cárcel y una victoria para el antifascismo heleno, que ha combatido el mensaje de odio desde la calle. Con activismo, con coordinación. Hace unos días, los bolivianos volvían a confiar en el partido de Evo Morales, Movimiento al Socialismo, echando por tierra las acusaciones (puestas en duda por organismos internacionales como universidades y ONG) de fraude electoral en 2019. La ultraconservadora Áñez ya es historia. Más allá, el papa Francisco aceptó hace unos días las uniones civiles entre personas del mismo sexo. En España, por su parte, la moción de Vox sirvió para demostrar que el partido de ultraderecha no tiene proyecto para España a no ser que los españoles y las españolas comiencen a comer banderas rojigualdas para paliar el hambre. En la misma semana se produjo la absolución de Trapero y de los CDR en Catalunya y la justicia criticó el mensaje más extremista contra el procés; además de que el poder judicial tumbó todos las nuevas acusaciones contra Podemos. La justicia ha archivado todas las sentencias contra la formación morada, desvirtuando el mensaje extremista.

Trump está con un pie fuera de la Casa Blanca, a pesar de que cualquier afirmación es atrevida en las elecciones de EE UU. Pero los millones de votos anticipados parecen desvelar que los partidarios de los demócratas no se quedarán en casa como sí hicieron en 2016. Sólo si los Estados clave confían en Biden, la era Trump habrá acabado. En pocas horas se saldrá de dudas. Sin embargo, no se equivoquen. El fascismo ‘mainstream’ no se acabará si Trump deja la presidencia, como tampoco ha desaparecido en Grecia, en Italia o Francia. Es una forma de interpretar la vida que lleva a la deshumanización de sectores perseguidos de la población para justificar su discriminación. Mujeres, migrantes, obreros, progresistas, lesbianas, homosexuales… Y para conseguirlo, todo vale.