Podría pensarse que el “postureo” (actitud artificiosa impostada que se adopta por conveniencia o presunción, como lo define la RAE) es más propio de la juventud, deseosa de provocar en los demás algo de admiración y de misterio hacia su cuerpo, su persona y, en general, hacia su poco emocionante vida cotidiana. El postureo consiste, en esencia, en fingir ser otra cosa. Fingir es mentir, y las mentiras siempre dejan algún damnificado. El “laicismo” es una de las víctimas de esa moda del postureo.

Declararse laicista está de moda. Hasta Francisco (el Papa católico) ha defendido recientemente una sociedad europea “sanamente laica, donde la religión y la política no se mezclen”. Sí, es ese mismo Papa que se niega a devolver los monumentos que su Iglesia expolió a la ciudadanía; ese mismo que no renuncia a adoctrinar en las escuelas; ese mismo que recibe del Estado español más de 11.600 millones de euros anuales entre subvenciones y exenciones fiscales. Declararse “laicista” le sale gratis, y de paso puede granjearse la simpatía de algunos progres despistados. Puro postureo laicista.

También muchos políticos fingen ser laicistas. Los partidos de la coalición gubernamental así se autodefinen. A boca llena. Llevaban en sus programas electorales, entre otras cosas la “derogación de los acuerdos con el Vaticano”, esos mismos acuerdos que le permiten a la Iglesia católica disfrutar de privilegios en educación, en sanidad, en el ejército, en los impuestos, en las subvenciones, en las televisiones públicas, etc. Ahora que están en el poder, y no necesitan fingir lo que no son, la derogación de los acuerdos ha pasado a mejor vida. Ni se acuerdan de su antigua reivindicación: la nueva ley educativa del gobierno mantiene la Religión en el currículum escolar y consolida los conciertos con los colegios privados religiosos. Con los inmuebles expoliados por la Iglesia católica ha pasado algo similar. Los partidos del gobierno han pasado de exigir su devolución, a ocultar el listado de esos monumentos que la Iglesia se ha apropiado. En fin, han pasado de defender el laicismo a emprender viajes y visitas al Vaticano, vicepresidenta y presidente, exhibiendo sumisión ante el Patriarca universal y el decoro adecuado en la vestimenta. Algo se está negociando en secreto y no pinta bien para el laicismo.

El Govern del Botànic también se declara laicista, pero como no les parecía bastante adoctrinamiento religioso la asignatura de Religión Católica, desde hace ya dos cursos incluyeron también Religión Islámica en los colegios ¡Laicismo, ante todo!

Hasta la televisión pública valenciana se autoproclama defensora del laicismo. Pero no deja de emitir misas católicas semanalmente con la excusa del confinamiento. Hace tiempo ya que los fieles pueden asistir a sus iglesias, pero A punt sigue con su laicismo particular e impostado.

Declararse laicista vende entre los votantes progresistas. Y los partidos de izquierda lo saben. Pero habrá que recordarles que sus votantes les apoyan por lo que prometen que harán cuando gobiernen, no por fingir durante la campaña electoral lo que después demuestran que no son.