Esta pandemia del SARS-CoV2 que padecemos es una obra de teatro con tres actores protagonistas: el virus (la causa), el mecanismo de transmisión y la persona susceptible que la padece.

El virus, es una causa necesaria, aunque no suficiente que puede presentar mutaciones aleatorias. El virus original llamado D614, dio paso enseguida a la variante del virus llamada G614 (que se detectó en Italia el día 14 de febrero) y que es la que provocó hasta finales de mayo el 95% de los contagios en nuestro país. Gracias al confinamiento poblacional de marzo conseguimos detener y controlar el contagio durante meses. Esta variante parece que es la principal responsable de la segunda ola que padecemos, pero debemos tener en cuenta que las mutaciones, aunque ocurren al azar, ocurren siempre.

El mecanismo de transmisión interacciona con las condiciones meteorológicas, siendo el otoño e invierno los peores periodos por la alta transmisibilidad de los virus respiratorios. Además del frío, el viento o la lluvia la contaminación atmosférica quizás sea un factor de interacción.

En las personas susceptibles coinciden en interacción las características personales, la estructura social y sanitaria, la gestión del proceso asistencial, la edad y las comorbilidades de quienes padecen la enfermedad. La peor evolución se asocia con la existencia de patología previa, en concreto: hipertensión, cardiopatía, diabetes, ictus, Epoc/asma e insuficiencia renal, además de consumo de tabaco y alcohol o demencia en los más mayores.

Actuar solo en las personas y confiar en que la única solución para detener el virus en el futuro es un confinamiento poblacional general periódico en el tiempo hasta que aparezca la vacuna no es una absoluta certeza epidemiológica. Esta situación epidémica, tiene visos de perdurar en el tiempo, por lo que me gustaría destacar que, al igual que hacemos tratamientos de precisión, son posibles otras medidas preventivas más precisas en lo que denominamos “prevención de precisión”.

Para entender el concepto déjenme plantear un símil. Cuando estudiamos la mortalidad poblacional hacemos un primer indicador que es la tasa bruta de mortalidad, es decir un cociente con el número de defunciones en el numerador y el total de población en el denominador. Por ejemplo, la tasa bruta de mortalidad general en Asturias en el año 2018 ha sido de 1.292,5 por cada 100.000 habitantes, la mayor de España. Pero este dato sabemos que no lo podemos comparar así en bruto con cualquier otra región o país ya que depende de la estructura por edad de la población: a mayor envejecimiento poblacional mayor mortalidad.

Para solucionar esta limitación utilizamos una tasa estándar o sencillamente usamos una medida mucho mas precisa y comparable entre todas las poblaciones que son las tasas especificas de mortalidad por edad, las cuales son directamente comparables entre sí. Otros ejemplos preventivos de precisión son los programas actuales de detección precoz de cáncer que se dirigen a grupos de edad marcados por el mayor riesgo.

Las tasas de incidencia de contagios de SARS-CoV2 también se pueden comparar entre sí por grupos de edad. Esto es exactamente lo que hace el indicador creado por el Ministerio de Sanidad: tasa de incidencia de contagios en > 65 años (mayores de 65 años). Con nuestro conocimiento actual de la pandemia, son los mayores de 65 años los que sufren las formas más graves de la enfermedad. Por esto está indicado que sea a este grupo poblacional al que más protejamos frente al contagio y al que más intentemos convencer de la trascendencia de su implicación en su “autocuidado”.

Debemos diseñar programas de educación para la salud que se dirijan especialmente a ellos y a su especial vulnerabilidad. La mejor medida en este momento (noviembre de 2020) es su autoconfinamiento y autocuidado, pero otra información esencial es que comprendan e interioricen que no son iguales que personas que conocen que han pasado la enfermedad sin enterarse.

Finalmente, los administradores en salud debemos también ser más precisos en el diseño y aplicación de las medidas de privación de la actividad social y avanzar en mensajes específicos para cada grupo de edad. Si aplicáramos hoy medidas de prevención de precisión lo que deberíamos hacer sería recomendar y/o obligar al confinamiento en casa de los mayores de 65 años, (medida a la que puede que sean receptivos en general) y de otro lado a la población trabajadora sana (desde los 3 a los 65 años) le deberíamos recomendar ser solidaria con sus mayores e ir a trabajar o estudiar más que nunca y aplicando todas las medidas de higiene, para que el sistema siga funcionando durante los meses o años que este brote epidémico dure.