En las últimas semanas un evento ha logrado codearse con la covid-19 en diarios e informativos, y no ha sido otro que las elecciones en Estados Unidos de América. Tras ellas parece que el presidente Donald Trump va a abandonar la Casa Blanca (no sin un largo proceso judicial). Este es un hecho celebrado por el resto de países. Existe un gran odio hacia ese personaje de bronceado radioactivo y peluquín anaranjado con su famoso «America first». Esta aversión no está exenta de motivos bien fundados, aunque, en muchos casos, se limita a opinión fácil en respuesta a campañas publicitarias muy bien orquestadas. Por otra parte, y echando la vista atrás, no sé si los españoles somos los más indicados para dar consejos sobre la elección de presidentes. Sin embargo, existen dos motivos por los que deberíamos alegrarnos de la derrota de Trump.

En primer lugar, su proteccionismo hacia el mercado norteamericano le ha llevado a poner grandes aranceles a los productos europeos. Justamente, uno de los principales receptores de nuestras exportaciones citrícolas era el país de las barras y estrellas. Esto ha producido unas pérdidas irreparables en un sector muy castigado, hasta el punto de que toneladas de naranjas y mandarinas se han quedado pudriéndose en los campos, pues no tenían salida y no era rentable recogerlas, llevando al borde de la ruina a muchos agricultores locales.

El segundo lugar, y sin duda más importante, el negacionismo del republicano hacia el cambio climático y su abandono del Acuerdo de París para frenar el calentamiento global. En este sentido, la irresponsabilidad de uno de los máximos dirigentes del mundo está amenazando el futuro de todos. Combatir los efectos que produce el hombre sobre el clima es una empresa difícil, pero que no podemos dejar de lado. Hace más de 30 años nos enfrentábamos a otro problema, el agujero de la capa de ozono. En aquella ocasión, se firmó el Protocolo de Montreal donde todos los Estados de las Naciones Unidas se comprometieron a limitar el uso de CFC. Como consecuencia de ello, hoy el agujero de la capa de ozono no solo no ha aumentado, sino que está disminuyendo. El cambio climático es un proceso mucho más grande, peligroso y complejo. Por eso, a día de hoy, seguir dando la espalda a la evidencia científica y no ver que procesos naturales como el efecto invernadero están siendo potenciados por la acción humana es simplemente una estupidez peligrosa. Es verdad que no conocemos con total certeza la gravedad de las consecuencias, ni hasta qué punto este aumento de las temperaturas va a producir reacciones en cadena que lo autorregulen en parte, o que lo retroalimenten positivamente, hasta producir un efecto desbocado. Solo sabemos que nos movemos en un rango entre malo y fatal. Por ello, si existe alguna posibilidad de limitarlo o incluso revertirlo, no nos podemos permitir el lujo de ignorarla, y esta posibilidad pasa porque todos los países, especialmente los más grandes, dejen de mirarse el ombligo y unan fuerzas. Grandes acuerdos como el que se alcanzó en París, no sé si serán suficientes, pero sin duda son el camino a seguir.

En conclusión, no puedo sino felicitar a Joe Biden por su victoria en las elecciones y esperar que, con sus actos, silencie las acusaciones de tibieza climática vertidas desde su propio partido, pues ello significaría un futuro mejor, no solo para los norteamericanos, también para el resto del mundo.