El debate sobre cual será el escenario geopolítico en 2030 depende de la importancia que atribuyamos al debate entre lo fijo y lo móvil, entre estructura y coyuntura. ¿Qué fuerza dominará? En el análisis de los años setenta todo era estructura. Hoy, todo es coyuntura. Probablemente debamos mantener una media distancia entre ambos vectores. La crisis del COVID-19 ha acelerado procesos estructurales que no tendrán marcha atrás: el peso de las redes de ciudades, la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático (especialmente en el transporte), la incorporación del riesgo a la cadena de producción…

Si ampliamos la visión al atlas mundial, seguiremos observando una des-occidentalización del mundo. Sólo quienes olvidan la historia pueden sorprenderse de ello: la caída de Europa Occidental comenzó, al menos, con la retirada anglo-francesa de Suez en 1957 tras la guerra iniciada por ambos países (junto a Israel) por la nacionalización del canal por Nasser. El protagonismo asiático no es más que el paso sucesivo al árabe (petrodólares incluidos), que se afirmó a partir de los años setenta del siglo XX. Este movimiento hacia oriente tendrá repercusiones en 2030, especialmente en la división internacional del trabajo. Con todo, la globalización que vendrá será más regionalizada que la actual, lo que no es una mala noticia. El balance geopolítico mundial no sólo depende de la producción: el consumo se erigirá en un factor igualmente importante. Y esto redibujará mapas de flujos, de fabricación, recepción, montaje y logística. Además, los grandes fracasos militares desde Napoleón hasta las campañas alemanas del Afrika Korps en Libia, Túnez y Egipto no se produjeron tanto por el valor táctico de sus oponentes, como por la gran exposición de su sistema de pertrechos, en definitiva, por la ruptura de su línea de suministros.

Por ello, hoy en día, el sistema no puede permitirse colapsos masivos de sus abastecimientos con interrupciones de meses en el consumo y la distribución de bienes, por no hablar de la desprotección de las sociedades europeas ante determinados bienes estratégicos sanitarios o médicos. Esta experiencia va a marcar nuestro futuro. Por ello, hay una nueva oportunidad para la periferia europea madura de tradición industrial (en otras palabras, para nosotros). La reconversión del know-how industrial, todavía vivo en amplios territorios europeos como el nuestro, puede impulsarla. Observaremos además una globalización regionalizada mediante cadenas de valor más cortas, con la producción (o al menos una parte) mucho más cercana a los grandes núcleos de consumo. No todo son malas noticias para Europa pues.

¿Llevará esto a un triunfo sin paliativos del capitalismo en 2030? No estoy tan seguro de ello: ciertamente el capitalismo como sistema económico continuará su proceso de abstracción, es decir, su proceso de mimetización con el mundo cotidiano. A fuerza de su empeño en parecerse a la realidad, seguiremos tendiendo a confundir su estado con el estado propio de hombres y mujeres en esta vida. Craso error. El problema para el capitalismo es que por mucho que se empeñe en asemejarse al escenario natural de la vida, sus efectos (aunque no sus instrumentos ni sus estrategias) tendrán en 2030 consecuencias devastadoras. Por ello, las rebeliones contra el «valor de cambio» de las cosas y por reimplantar su «valor de uso» crecerán. Desde las relaciones de parejas a la naturaleza, del paisaje a la vida en familia, de los amigos a la ayuda mutua, del amor a la felicidad, del uso tiempo a la gestión del espacio, auguro una gran revuelta favorable a apreciar estas dimensiones por lo que son (por su uso) y no por lo que cuestan o por lo que se podría obtener por ellas (su cambio).

Pero volvamos al principio. Es un error pensar no hay estructuras posibles que reformar. En los años setenta del siglo XX (en palabras del Samir Amin de 1974), el sistema propició una correspondencia tan estrecha entre estructura y superestructura que no había diferencia entre la fuerza motriz del mismo y quienes velaban por su funcionamiento. Así, vimos por ejemplo en América Latina (¡y no sólo en América Latina!), funcionarios policiales al servicio directo de multinacionales, gobiernos títeres dependientes de centros de poder, periodistas comprado por el gran capital y manifestaciones culturales, sociales y religiosas asociadas directamente a grandes intereses. Hoy se nos pretende hacer creer que superestructura y estructura son dinámicas totalmente ajenas. Es más, que no es posible reformar la estructura de nuestro sistema puesto que no hay estructura alguna a reformar. No caigamos en la trampa de creer que todo es coyuntura. Y para ello, nada mejor que pensar entre todos, aunque nos equivoquemos, cómo será este mundo en 2030. Y, sobre todo, cómo podríamos hacerlo mucho mejor que el que tenemos.