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A vuelapluma

Alfons Garcia

Brines aún es la vida

Brines aún es la vida

Zigzagueamos en busca de luz. No es nuevo. Algo así es la condición humana. Pero en estos tiempos es más evidente. Nada disimula nuestra desorientación. Creo que la palabra es desconcierto. La poesía es de las mejores medicinas. La de Francisco Brines es una dosis luminosa de razón y emoción existencialista. Antes de todo esto, uno de mis últimos viajes como periodista fue a Elca, para una jornada con Brines. Todo son en estas horas comentarios de felicitación por el premio Cervantes. Acabo de ver en la pantalla al poeta, frágil y feliz en el balcón de su casa, su templo. Yo lo veo como aquel día, sentado junto a la chimenea, elegante, con un porte distinguido. Le cuesta tener la voz en pie, pero en la sonrisa aflora el adolescente que escribe sus primeros versos en una casa de retiro de los jesuitas en Alaquàs. No vale mucho, es juanramoniano, dirá tiempo después, porque aquel primer poema es de otro, pero sabe que aquel día empezó a vencer al tiempo.

Su fidelidad a la poesía es de otra época, de señores pasados. Un viejo oficio, cultivado sin ansias. Sin la presión de las monedas y el tiempo. Lo pienso en su reino, mientras el fuego crepita en la chimenea y al otro lado de la ventana brilla el mar tras un manto de naranjos. «Porque todo va al mar y el hombre mira el cielo».

«El tiempo en su tarea despoja de secretos a los hombres». Así encuentro a Brines. Un hombre reconciliado con el tiempo, que ha aprendido que no hay más que días. Que no hay batallas sin guerreros. Habla de todo; de amigos, de políticos o de sexualidad, sin sombras y sin ánimo de dañar. La sonrisa es bondad. Herir es un gesto pasajero, un rapto ridículo de placer egoísta si se observa desde el balcón del tiempo. «Tiempo que está muriendo dentro de mis tranquilos ojos».

«Todos los días pasan y yo los reconozco». Lo imagino en el sofá de la casa blanca con la manos apoyadas sobre el bastón. «En la fingida muerte que contemplo todo es belleza». Lo imagino en este confinamiento como aquel día, gustoso de ser escuchado. Contento de saber que sigue sintiendo. Algo así debe haber sucedido con el premio. Descubrir que continúa existiendo para los demás. Incluso con pandemias. A pesar del trabajo infatigable del olvido. Pero consciente de que todo es nada. «La gloria de la vida fue creer que existía lo eterno». La gloria y su fracaso. Así es su poesía: escribir el sueño roto de la vida sin maldecirla. ¿Para qué? Es tanto lo que se ve desde las ventanas: el jardín asalvajado, la sombra sobre el valle. En Brines hay esperanza y consuelo porque no hay desesperación. «Yo aún soy la vida».

Lo veo dichoso en los pequeños placeres. Como aquel día, con la delicada copa en la mano. Ante el sol pleno del mediodía. Un día más buscando la luz. «Llámale eternidad, o Dios, o infierno. O no le llames nada. Como si nada hubiera sucedido». Lo veo tranquilo, incluso ahora que la voz es silencio. Cuando casi todo se ha dicho, por qué ansiar decir la última. «Amo el vivir, y el mundo incomprensible». No hay más. Solo buscar.

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