Cuando finalizó el curso pasado decidí adentrarme en la trilogía de Harari que estudia la evolución humana a partir de la aparición del homo sapiens. Necesitaba una perspectiva histórica de nuestro pasado para entender el presente convulso que estamos viviendo y proyectar de alguna forma las claves políticas y sociales que van a conformar nuestro futuro. El historiador y pensador israelí llega a dos conclusiones. La primera, el ser humano es lo que es por las diferentes redes de cooperación y ayuda mutua. Todo nos lleva a la necesidad de apoyarnos los unos con los otros, para bien y para mal. La segunda, las personas repetimos unos patrones de conducta determinados que nos sirven para hacernos una idea precisa del sentido de nuestras decisiones. Pues bien, aconsejaría a la ministra Celaá y a todos sus acólitos que leyeran a Harari, para que lograran entender la naturaleza de la ley que defienden que va a empeorar más si cabe la educación en España a partir de tres argumentos.

El primero, esta ley nace fracasada porque repite la conducta suicida en el ámbito educativo. Estamos ante la octava ley educativa que es una reforma de la LOE que tiene, a su vez, como base el origen de todos los males en educación: la Logse. Harari aquí tiene una demostración, por desgracia, de lo que defiende, llevamos 40 años repitiendo los mismos patrones de conducta aplicados al mundo educativo. Una ley que se aprueba en un tiempo donde no pueden darse manifestaciones ni protestas públicas. Una ley que silencia el mundo que está naciendo bajo nuestros pies, con unos desafíos y retos determinados que obligan a hacer un cambio estructural y de base que las nuevas generaciones deberán afrontar y vivir.

La escuela está insertada en una sociedad y esta nos presenta unos problemas de una altura que quita el aliento y la ley habla de un mundo que ya ha desaparecido, del que no hay rastro. De ahí su analfabetismo integral, porque ignora lo que tenemos y lo que nos viene encima. Es una continuación de los mismos tics, de los mismos prejuicios y de los mismos errores, lugares comunes y problemas falsos e inventados que nos hipotecan hasta la aparición de un nuevo gobierno que la tumbe y otra vez a la rueda. El fracaso escolar seguirá aumentando porque nada hay de nuevo.

El segundo, algo que ha pasado desapercibido y es la eliminación de la Filosofía de 4º de la ESO sin olvidar la música. Se habla de aumentar las capacidades del alumnado para procurar, afirma la ley, «el bienestar individual como colectivo» y me cuesta pensar cómo pueden lograrse las dos realidades anteriores si se elimina cualquier presencia de asignaturas humanísticas en la edad en la que se van conformando las ideas y los principios del alumnado a partir de los cuales van a gestionar su relación con el mundo.

El tercero, el ataque frontal a la enseñanza concertada. Y otra vez se pone de manifiesto una ignorancia supina. Todas las familias españolas eligen su centro y la clase de educación que quieren para sus hijos, ya sea pública, concertada o privada. Harari habla de la cooperación que los humanos hemos llevado a cabo durante la historia para perfilar lo que somos. Creo que una de las mayores colaboraciones que la sociedad española ha vivido es la relación entre la pública y la concertada, dos redes que se complementan, porque viven y respiran los mismos problemas. Estamos en tiempos donde es más fácil dividir que aunar y construir a partir de lo que funciona. El Estado y la administración deciden sobre muchas cosas, pero sobre la educación que van a recibir nuestros hijos no tienen ni voz ni voto.

Último síntoma de analfabetismo e incoherencia ideológica de esta ley: la ministra Celaá llevó a sus hijas al Colegio Bienaventurada Virgen María-Irlandesas de Bilbao, colegio concertado y religioso. Consejos vendo y para mí no tengo. La ministra ha conseguido lo que nunca se había visto y es que la concertada esté más unida que nunca bajo el destello y la luz de un lazo naranja. Que tome nota.