Está próximo el Día Internacional Contra la Violencia de Género. Aún hay ciudadanía que se siente molesta al decir o realizar abiertamente un uso adecuado de las palabras sobre las violencias que sufrimos millones de mujeres en el mundo, por el simple hecho de serlo y relacionar el término pandemia con ello. Ya lo advertía la Organización Mundial de la Salud en 2013, cuando destacaba que la violencia contra la mujer es «un problema de salud global de proporciones epidémicas». ONU Mujeres estima que el 35 % de mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual, en las relaciones de pareja o expareja e incluso en algunos estudios regionales la cifra aumenta hasta el 70 %, según la base de datos mundial reconocida en el Convenio de Estambul. Y aun así seguimos en letargo.

Han pasado siete años desde esa alerta y aún parte de la ciudadanía se escandaliza al escuchar pandemia y violencia de género. ¿Qué resistencia tenemos a nombrar bien? ¿Tan duro es reconocer que fallamos como sociedad en determinados momentos? Situación comprensiblemente incómoda. Jugar con la normalización o invisibilidad tampoco ayuda, porque la violencia está y seguimos fallando y dando vueltas o buscando atajos conceptuales y medias verdades sociales en el peor de los casos. ¿Por qué no se admite el grado pandémico de la violencia de género? Para actuar debemos reconocer errores, y ser conscientes como sociedad para señalarla y tomar medidas.

¡Habrá que vacunarse masivamente! ¿Y qué ingredientes lleva la vacuna contra la violencia de género? Pues sobre todo comunitarios: un compuesto de prevención, de sensibilización, de intervención, de especialización y formación especifica en violencia de género. Otros componentes transversales como son la educación, la sanidad, la seguridad, las políticas de igualdad, las organizaciones sociales, la ciudadanía... ¿Nos suenan?

Por fortuna, con estos ingredientes saludables democráticos, éticos y sin efectos secundarios, esta vacuna tiene una excelente efectividad contra las violencias y discriminaciones hacia las mujeres, además de reportar una inmunidad comunitaria absoluta para el respeto, la paz, la convivencia y la equidad social. Como sociedad, hace años que abandonamos la creencia de que la violencia hacia las mujeres era un problema del ámbito privado o doméstico y pasó a la esfera pública. Ahora queda la plena concienciación social, la denuncia ciudadana, el rechazo más absoluto en cualquier espacio y la acción proactiva ante esta barbarie que deja miles de familias rotas con cada mujer o menor asesinado como muestra del mayor fallo del sistema democrático. No, no podemos normalizarlo como sociedad, somos personas evolucionadas del siglo XXI y no lo permitimos, no somos ineptos emocionales.

Y para finalizar... ¡eureka! Agradecer a la mujer científica que desarrolló la jeringa médica para tantas vacunas. Fue Letitia Geer en 1899, de quien no sabemos si sufrió o no violencia directa, pero podemos afirmar que sí discriminación a través de la invisibilización de su descubrimiento en ciertos circulos académicos masculinazados.

¡Ni una más! ¡No más vacío en ninguna familia!