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Teresa Valdés-Solís Iglesias

Las cualidades del buen científico

Una de las principales cualidades que ha de ejercitar diariamente un buen científico es, a mi juicio, la honestidad. Esta honestidad se debe reflejar en el desarrollo diario de nuestras tareas. Planificar los experimentos, tomar datos, discutirlos y a veces desechar datos y experimentos enteros cuando no estamos seguros de si teníamos controladas todas las variables que pueden afectar a la veracidad y credibilidad de nuestras conclusiones requiere una mirada cuidadosa y honesta sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos. Pero también debemos practicar la honestidad y la prudencia a la hora de hacer declaraciones como algunas que vemos últimamente aparecer en los medios de comunicación y en las redes sociales.

Un científico es un experto, pero un experto en un campo del conocimiento determinado y restringido, en el que tampoco está exento de poder cometer errores. Pero un científico no puede, revestido de su presunta autoridad como tal, extender dicha autoridad a campos del conocimiento que no le son estrictamente propios, y que en ocasiones les son sorprendentemente ajenos.

¿Quiere decir esto que un científico no puede opinar sobre cosas en las que no es experto? Claro que puede opinar, pero nosotros como lectores no deberíamos darle la misma credibilidad que la que le daríamos a un experto en esa área. Pongamos un ejemplo, comparando la figura de Margarita del Val, una de las personas con mayor proyección pública en estos últimos meses, experta en virología y líder de la plataforma del CSIC dedicada a la investigación sobre SARS-Cov-2, con la mía propia, como científica de base experta en temas de otra índole.

Tendemos a creer a pies juntillas lo que nos dice un deportista al que admiramos o un científico solo por el hecho de serlo

Cuando Margarita del Val en una entrevista, en redes sociales o en cualquier medio habla sobre la situación de los ensayos de las vacunas, sobre los avances en la investigación sobre el virus u otros aspectos relacionados, estas declaraciones tienen valor por sí mismas, porque su credibilidad en estos temas está contrastada al tratarse de su área de especialización. Si yo, aunque sea científica de la misma institución, escribiese cualquier cosa sobre la pervivencia de virus en superficies o sobre las vías del contagio, en el mejor de los casos lo haría como divulgadora, pero podría caer fácilmente en una columna de opinión, en cuyo caso mi credibilidad puede estar valorada, como mucho, por el sentido común que haya demostrado hasta el momento en esta y otras columnas, pero en ningún caso por mi condición de científica.

Esto, por supuesto, puede extrapolarse a cualquier otra profesión, podemos dar credibilidad a los deportistas cuando hablan de su deporte, pero no necesariamente cuando hablan de nutrición, de suplementos alimentarios o de terapias de recuperación, sin ir más lejos. Sin embargo, tenemos una cierta tendencia a creer a pies juntillas lo que nos dice un deportista al que admiramos o un científico solo por el hecho de serlo. Como ciudadanos informados debemos ir un poco más allá y plantearnos en cada caso el grado de credibilidad que merecen los distintos mensajes que cada uno puede emitir y asumir que no todo lo que dice un científico es ciencia.

Es cierto, por otro lado, que el conocimiento no está compartimentado de forma estanca y que en problemas complejos la solución no es única, sino que comprende diversas aproximaciones interdisciplinares. En este sentido, por continuar con el ejemplo anterior mi aportación podría ser relevante si abordase temas relacionados con la contaminación atmosférica y se refiriese a los mecanismos para disminuir la concentración de ciertos gases (que a su vez estaría relacionada con la concentración del virus) en el aire que respiramos. Pero sería pretencioso por mi parte ir más allá e incluso si supero esa línea difusa en la que se mezcla opinión con conocimiento mi credibilidad respecto a temas en los que sí soy experta podría verse afectada. La situación puede verse agravada, puesto que la evolución natural del descrédito de los científicos no deja de ser el descrédito de la propia ciencia.

La ciencia busca respuestas, las busca con los mejores datos y conocimientos disponibles en cada momento. La revisa, la somete a escrutinio y la defiende. Todo esto requiere honestidad, prudencia y tiempo. Y también responsabilidad. Si la ciencia es nada más y nada menos que una descripción lo más precisa y ajustada posible de los fenómenos que nos rodean, nuestra es la responsabilidad de dejar bien claro cuándo nuestras palabras deben ocupar una columna de opinión o una sección de ciencia. Y esto es, únicamente, mi (no tan) humilde opinión. 

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