Parecerá tan lejano que las nuevas generaciones lo ignoren o prefieran no saberlo, pero afortunadamente aún sobrevivimos muchas mujeres que desde la mitad del pasado siglo recogimos el testigo de una lucha por la igualdad e hicimos el recorrido para entregarlo a la siguiente. No carecían de consecuencias hechos reales, como enfrentarse a un ministro de Franco negándose a una designación discriminatoria, a un director de banco por exigir consentimiento marital para una operación, incorporar a nuestro vestuario el pantalón de tradición masculina y la minifalda, desmadrarnos con los Beatles o los Rolling Stones, denunciar públicamente a una aseguradora que negaba sus pólizas a las mujeres solteras y prescindir de los bancos reservados en las facultades a las alumnas mezclándonos con los chicos que formaron parte de nuestras pandillas y colgarnos del brazo de nuestros amigos gais animándoles a prescindir de los prejuicios, entre otras actitudes totalmente innovadoras y en general muy mal vistas.  

Rompimos muchos moldes en una época políticamente adversa y socialmente despreciativa que nos calificaba entre otras cosas de extravagantes y nunca consiguieron detener aquella resistencia diaria, ya fuera individual o desde pequeños grupos sin comprensión ni ayudas de ninguna clase.

Nuestra generación creó el caldo de cultivo para que el artículo 14 de la Constitución Española declarase como norma fundamental la igualdad de sexos, y propiciamos los malhadados cupos de representatividad como único medio impositivo impidiendo que partidos e instituciones eludieran su mandato negándonos a considerar conjuntamente las transferencias de la mujer y el menor, metidas ambas en el mismo paquete. El primer proyecto de Mujeres Progresistas y del Institut de la Dona se planteó en mi propia casa durante una reunión propiciada por María Antonia Armengol a la que, entre otras, asistieron Conchita Blat y nuestra malograda Lourdes Alonso, que sería la primera presidenta.

Jamás, en la consecución de estos objetivos, se nos ocurrió esgrimir una vagina como bandera ni exhibir los pechos en un altar. El chico que, simplemente, insistía en una cita o expresaba requiebros era para nosotras un pelmazo, no se nos ocurría calificarles de acosadores ni nos ofendían sus requiebros, ni nos ofendían los chistes de mujeres porque formaban parte del ingenio que se cebaba en nosotras como en los médicos, abogados, curas o guardias civiles... Reirnos o no dependía de la gracia porque el sentido del humor estaba bien instalado en nuestro ánimo. Nuestros objetivos eran que las mujeres se preparasen intelectual y anímicamente para crear su horizonte y rompieran cualesquiera vínculos que atentasen contra su libertad. Éramos iguales.

Al amparo de las leyes ordinarias que han dado un sentido excesivamente lato al mandato constitucional, la dinámica actual es contradictoria con los fines que se perseguían. Hay una franca discriminación positiva que se amplía aún más con requisitos de paridad en las listas, en los puestos de trabajo, en las sociedades y órganos directivos (65 %) al extremo de que no se puede crear un ente público impar porque se contradice la igualdad. Aunque conlleve un gasto mayor e innecesario. Si el acceso a la función pública está en función de los méritos y capacidad de los aspirantes no habrá ninguna duda si hay más mujeres preparadas. ¿Y si son los hombres? 

La discriminación actual será tan miserable como la otra. No hay que creer, por principio, a cualquier lacrimógena porque a la mujer siempre hay que hacerle caso, aunque nos mienta. A que los hijos se utilicen como un arma de ataque al ‘enemigo’, incluso los nonatos, engendrados por una pareja de la que él será excluido de las decisiones de futuro, si conviene a la mujer. Creo que me repito pero... ¿no tenéis un padre, hermanos, hijos, amigos que hayan sido víctimas de sus santas esposas o legítimas compañeras? Porque de ser así pertenecéis a una excepción afortunada.

Si queremos que nuestro papel en la sociedad se clarifique, hay que empezar por destapar la mentira; y descartar los perjuicios. Evitaremos que se repita el momento histórico de la esclavitud que refleja la película ‘Lo que el viento se llevó’ o el famoso guantazo de ‘Gilda’ (aunque ninguna crítica he oído sobre otras que reflejan los más horribles crímenes cometidos contra las mujeres o contra la humanidad) y dejemos tranquilo el Diccionario de la Lengua porque en otro caso vamos a censurar al propio ‘Quijote’ para feminizar su gramática. Hay mentes ignorantes, o muy cortas, que cuando un sustantivo o adjetivo abarca indistintamente a ambos sexos lo corrigen para feminizarlo. Miembros-miembras. ¿Cambiaremos vesícula por versículo? 

Y protejámonos nosotras mismas porque hay hechos punibles, incluso sancionados con las penas más duras, que no por ello han dejado de repetirse como una lacra de la humanidad. Continuará habiendo criminales de los que seremos objetivo preferente y no se pueden cerrar los ojos si sabemos que podemos caer en un precipicio. 

Sirva de llamada a la inmensa mayoría de mis congéneres; conquistemos el reconocimiento y la justicia por los caminos rectos y ahora que somos muchas más las convencidas y dispuestas, cerremos el camino a la impostura, a la hipocresía que puede emponzoñar nuestro futuro con reacciones que cierren las puertas que hemos abierto de par en par. Hay que saldar la deuda con la historia.

El mañana no nos pertenece, pero será el de nuestras hijas y nietas, de todas las generaciones que vendrán y lo menos que podemos desearles es que encuentren un mundo más justo y mejor.