Manuel Maldonado, que publicó un libro sobre la época del Antropoceno, acaba de editar otro sobre la pandemia. Su título -‘Desde las ruinas del futuro’- se acompaña del más prosaico subtítulo de ‘Teoría política de la pandemia’. Escritor atento, informado, razonable, con una voluntad de matiz que no oculta un cierto esquema centrista, Maldonado ofrece un libro de urgencia con tensión programática. Para él la crisis de la pandemia va a significar un nuevo comienzo para muchas cosas. «Humanidad año cero», «obligación de pensar qué es lo que se ha aprendido»... esas expresiones acarician el sueño de volver a vivir sin cometer los errores que nos llevaron a la situación comprometida. 

No podía faltarle ese momento de voluntad normativa y por eso se pregunta por lo que desearíamos que sucediese tras la crisis. Su pregunta central concierne a las implicaciones normativas de la crisis, las prescripciones que podrían derivarse de ella. Se trata de reflexionar sobre los riesgos que somos capaces de correr y que de hecho hemos corrido. Para Maldonado, esta reflexión debería elevarse a una crítica de la modernidad. Lo decisivo es que la entrada de la covid-19 en nuestra vida nos devuelve a la materialidad «tras décadas de desatención culturalista a la biología». Esto está bien visto y define el presente como marco que ofrece a los debates un condicionante material nuevo, que mira a la vida y a la muerte como horizonte fundamental.

Ese debate afecta al carácter absoluto o relativo de la economía. Más o menos impugnadas, las decisiones del poder político han estado determinadas por la primacía de preservar la vida. Incluso cuando se habla de lograr un equilibrio, esta preservación es la condición fundamental. Este momento del ‘homo biologicus’, lanzado contra el ‘homo economicus’, ha sido rechazado por muchos sin razón por ser electivamente afín con los paradigmas autoritarios de gobierno propios de países asiáticos. Aquí, de nuevo, un sentido reducido de libertad que esconde la primacía de la economía se ha impuesto en dispares poblaciones, que o bien se comprenden lo suficientemente aseguradas como para despreciar la infección o bien comprenden como imposible su seguridad y asumen el riesgo de exposición porque han de comer. En un caso y en otro, la desigualdad, como privilegio o como desventura, condiciona el debate. 

Maldonado no considera productiva esta discusión descarnada entre economía y vida, como si la cuestión fuera decidir entre lo uno y lo otro. Tiene razón al hacerlo. La cuestión para él reside en si la pandemia puede reconocerse como «un acontecimiento sublime susceptible de producir nuevos horizontes de sentido». En suma, se trata de qué tipo de vida y qué tipo de economía queremos. Los que claman por un equilibrio deberían recordarlo, cuando volvamos a la normalidad. Lo que sabemos es que, desde la economía como valor absoluto, la vida que podemos esperar como horizonte es precaria. Pero la vida aspira a la estabilidad y al goce, no a la zozobra continua. 

Ese nuevo horizonte de sentido que Maldonado aprecia tiene que ver con la revitalización de la noción de especie humana como categoría política. Con ello quiere reforzar políticas inmunológicas mundiales. Al final presenta su propuesta como una lectura pesimista de la Ilustración universalista. Este horizonte de sentido no es tan nuevo, desde luego. Lo nuevo es el calificativo que le da: pesimismo. El nuevo comienzo implica cautelas, lo que tiene que ver con la dificultad de cambiar las sociedades de manera deliberada. Sin embargo, el gran tema de nuestro tiempo es la reorganización sostenible de las relaciones socionaturales cuyo objetivo, nos dice, es asegurar la habitabilidad futura del planeta. 

Maldonado tiende a considerar que las pandemias son formas antrópicas de expandirse la vida viral y no se dieron con anterioridad al neolítico y a las acumulaciones estables de grandes poblaciones. Debemos declararnos responsables de estos acontecimientos. Las pandemias son obra nuestra, consecuencia de nuestra colonización del mundo, hechos biológicos que tienen su raíz en la forma humana de vivir y habitar la Tierra. Si hay límites en nuestra capacidad de control, la clave es saber controlarnos a nosotros mismos.

Sabemos eso, pero apenas se nos ofrece cuál fue la acción humana desencadenante. Así que Maldonado va recogiendo uno a uno toda la cosecha de elementos de Hayek: límite de la omnisciencia, productividad de la inseguridad, defensa de los órdenes espontáneos de la competencia. Esto es pesimismo, pero no es nuevo. La Ilustración clásica ya tenía su mano invisible y su crítica kantiana para reducir la omnisciencia. Y sin embargo, se olvida con frecuencia que la limitación del conocimiento fortalecía la apuesta normativa por algunos valores ajenos a la lucha y a la competencia. Porque no sabemos todo, mejor apostar por lo que queremos: libertad, igualdad, autonomía, fraternidad. De todo ello junto y a la vez nunca habrá demasiado. 

Aquella Ilustración era ya pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad. Sin embargo, el rasgo de pesimismo para Maldonado no está en lo que se sabe, o en lo que se quiere, sino en lo que se puede esperar. De eso depende lo que podría constituir un diagnóstico filosófico propio del presente. Aquí, el contenido de esta Ilustración pesimista y no ingenua es recordarnos el principio de la omnipotencia de la realidad. No hay Ilustración sin catástrofes, nos dice Maldonado, ni progresos sin accidentes. Pero, como vimos, la clave está en las catástrofes de la propia acción humana. La cautela se refiere a que no confiemos en el activismo de nuestras ideas. Pueden estar equivocadas porque vivimos en un mundo no hecho a la medida del hombre. Cierto. ¿Pero no tenemos una palabra para ninguna idea en la que hemos confiado demasiado? 

Aunque no veo muy claro el curso lógico de sus conclusiones, de ahí se deriva que la emancipación total de la humanidad es un pensamiento peligroso porque ha provocado «experimentos sociales indeseables». ¿El neoliberalismo no lo ha sido? ¿Solo la emancipación? En su opinión, sólo hay que seguir vinculados a un bienestar material ecológicamente sostenible, sabiendo que los desastres no faltarán. Al final del libro, cita a Jünger en aquel escrito de 1945 dedicado a la paz asegurando la grandeza del hombre que, «en cuanto especie, avanza invulnerable», algo que no parece muy pesimista, sino más bien grandilocuente y heroico. La condición centrista de Maldonado se aprecia no en lo que dice, sino en lo que calla. Del ideal de una igual libertad y autonomía humana, la clave política de la Ilustración, de eso, ni una palabra.