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Elena Fernández-Pello

Las lágrimas de la ministra

Emocionado llamamiento de Irene Montero a la unidad de las feministas

Que si hipócrita, que si llorona, que si lágrimas de cocodrilo, alguna que otra observación con tufillo machista, críticas. Todo eso le ha caído encima a Irene Montero por la llantina que estuvo a punto de escapársele esta semana durante su discurso institucional del 25N, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer.

Las dificultades que la titular del Ministerio de Igualdad tuvo para contener la emoción acabaron por oscurecer su mensaje. Descoloca tanto ver a un político llorando que la atención queda atrapada en los ojos vidriosos y el rostro húmedo, y las palabras escapan. ¿Por qué lloraba la Ministra? ¿Qué es lo que le hace perder la compostura? ¿Se entristecía por el destino de las 41 mujeres y los tres niños víctimas de la violencia patriarcal en España en lo que va de este año? ¿Lloraba de impotencia por los 1.074 asesinatos machistas que la Delegación de Gobierno contra la Violencia de Género tiene registrados desde 2003?

En su intervención del 25N, la Ministra empieza a hablar con la voz entrecortada, se le quiebra en el reparto de saludos, antes de entrar en faena. Está tocada antes de comenzar. Se atempera a medida que avanza en su discurso, luego parece recobrar la serenidad y el tono, y, hacia el final, vuelve a venirse abajo. En la despedida, finalmente, se rompe.

Entre toda esa gestualidad, ese tenernos en vilo, la Ministra habla de la “memoria y reparación” que merecen las víctimas, de “mantener viva y presente la memoria de las mujeres asesinadas, de todas las que ya no están”, de la “deuda pendiente por no haber llegado a tiempo” para ayudarlas.

A lo largo de algo más de tres minutos, que son los que se toma para hablar, Montero ensarta consignas: “Nos queremos vivas, todas las mujeres, y libres de todas las violencias machistas, con un Estado que cumple con todas sus obligaciones para erradicar la violencia contra las mujeres”.

Hace “una llamada a la unidad, a los pactos de mujeres, a las alianzas feministas”, avisa de que “el patriarcado nos quiere en soledad, sintiendo la culpa, la pena, la rabia y el dolor en soledad, incapaces de reconocer las violencias que se ejercen contra nosotras por el simple hecho de ser mujeres, aterrorizadas ante la posibilidad de hablar, de contar, de compartir nuestras experiencias y juntarnos con otras mujeres para conquistar nuestros derechos”.

Advierte que “solo en común, codo a codo, conseguimos las cosas” y ensalza “las redes de mujeres, que son la mano amiga a la que cualquier mujer puede agarrarse para combatir la violencia, que son los espacios seguros para que ninguna mujer en nuestro país se sienta sola”. Y concluye: “No digo estas palabras con ingenuidad, las digo como una declaración de intenciones (el de Igualdad) es el Ministerio de todas las mujeres, existe gracias al movimiento feminista y es una mano que suma a las manos de millones de mujeres en la defensa de la vida”.

Son notorias y, en ocasiones, han sido muy sonoras las discrepancias en el seno del movimiento respecto a temas tan cruciales como la legalización o no de la prostitución, la gestación subrogada, la cuestión transgénero. ¿Tanto como para hacer llorar a la Ministra? Hasta ahora esas diferencias se han ido salvando, anteponiendo la defensa de derechos elementales como la supervivencia. A medida que la agenda feminista avanza, las facciones se vuelven más intransigentes, las grietas se ensanchan. ¿Quizás por eso lloraba la Ministra, por ver alejarse la unidad del feminismo? No es un drama, no merece ni una lágrima. Esas, cuando desgraciadamente no queda otro remedio, para lamentar las víctimas. La diversidad de opiniones y la capacidad para acoger distintas sensibilidades es un signo de fortaleza democrática.

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