Buscamos, a veces, en lugares en los que no se puede encontrar nada porque nada hay. La situación de la vida política actual tiene algunos tonos con grandes similitudes a esos territorios en los que se mueven buscadores de tesoros sin ninguna posibilidad ya que recorren zonas yermas, sin nada de valor.

La vida pública está encanallada, entendido el término tal como la RAE lo identifica: el diccionario lo asimila al término envilecer y lo define como algo que pierde valor. El ejercicio de la política nos ofrece espectáculos lamentables instalados en lo cotidiano. No se trata de salidas de tono o excentricidades que siempre hemos tenido ocasión de padecer. Ahora forma parte de eso que nos ocurre a diario.

La acción del gobierno, de los gobiernos, no debe ser otra que mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, pues bien contemplamos con estupor como cada una de las medidas que se proponen, supuestamente con esta finalidad, se convierten, de inmediato en un arma arrojadiza, en la que no se analizan las bondades para los ciudadanos, sino que se despellejan todas aquellas circunstancias que puedan tener algún significado positivo y se magnifican aquellas que puedan originar fronteras entre grupo.

De esa forma, son una fuente de división entre ciudadanos que no han leído la norma y que se dejan manipular por los comentarios interesados. Una curiosa manera de ejercer la oposición, basta con esperar a cualquier movimiento realizado, desde quien tiene la responsabilidad de gobernar, para convertirlo en una grave agresión a una parte de la ciudadanía que se opone, se manifiesta, se enfada. Y todo esto simplemente a través de lo que está escuchando por un altavoz interesado que ha lanzado la noticia con el suficiente sesgo como para generar enfado, discrepancia y distancia entre los ciudadanos.

A partir de ese momento ya interesa poco cuál era la finalidad de la norma deslegitimada. Ahora hay que dedicar todos los esfuerzos a desmentir bulos, comentarios, apreciaciones y segundos significados que, supuestamente, contiene el articulado. En definitiva, algo tan difícil como defenderse de algo que no existe pero que se ha creado en el imaginario colectivo y por tanto ha adquirido la condición de escenario posible.

Esta forma de convertir el bien común en piezas de artillería con las que atacar al oponente, tienen muy poco recorrido, y escasa utilidad. Lo esperable, en un régimen democrático, son los debates parlamentarios con las correspondientes discrepancias y tratar de convertir éstas en acuerdos y pactos, mediante los cambios pertinentes que puedan conducir a un resultado de consenso. Pero eso parece una práctica en desuso, fruto de épocas pasadas y de escasa utilidad en el momento presente en el que resulta casi como una señal de dirección prohibida.